Bruce Springsteen se encuentra en una fase especialmente intrigante de su carrera, y sin duda una de las más interesantes. El de Nueva Jersey lleva años con la guardia bajada y empeñado en recordarnos que detrás del Boss hay un ser humano; lo demostró primero a través de la autobiografía 'Born to run' (2016) y después del montaje teatral 'Springsteen on Broadway' (2017); y vuelve a hacerlo con 'Western stars', que ha codirigido junto a su colaborador habitual Thom Zimny y que a la vez es una versión filmada de su último disco, homónimo, y una puerta de acceso a sus inquietudes y sus obsesiones más íntimas. La película acaba de ver la luz en el Festival Internacional de Toronto (TIFF). “Desde el principio supe que con este discono me iba a ir de gira, así que planteé este proyecto como una forma adicional de presentar las canciones al público”, explica Springsteen en el certamen canadiense. “Son 13 piezas que dejan claro mi amor por el country y por la música que se hacía en el sur de California en los 70”.

A lo largo de la pasada década, Springsteen ha protagonizado una sucesión de largometrajes diseñados a modo de acompañamiento de sus nuevos discos, pero la mayoría de ellos eran meras actuaciones en directo o 'making-offs'. 'Western stars' es otra cosa. Más bien un poema. “Con el disco traté de comunicar un viaje emocional pero siento que no fui capaz, y la película sirve para remediar esa falta”, explica.

Aunque en la colección de canciones que incluye se habla del tipo de obsesiones que el músico ha mostrado a lo largo de su carrera, como la identidad americana, el amor, la América humilde y la carretera -“he grabado 19 discos y en todos hablo de coches”, bromeael jefe-, en el momento de su publicación 'Western stars' fue percibido como un disco extrañamente impersonal; las vidas que en él se retratan -un autoestopista, un camionero, una estrella de westerns en horas bajas, un especialista, un músico country fracasado- parecían ser gente ajena a su mundo propio. Gracias a la nueva película, esa sensación de otredad queda disipada.

Interpretadas en directo con una orquesta de 30 instrumentos y frente a una pequeña audiencia reunida frente a un granero centenario propiedad de Springsteen, las canciones son introducidas a través de sucesivas reflexiones del cantante sobre la soledad y el sentido de comunidad. A través de esos interludios, se sitúa en el epicentro del desfile de almas perdidas y soñadores que habitan sus canciones, y deja clara su propia lucha para dejar de huir y para ser mejor persona. “Inicialmente tuve la intención de llenar la película de fragmentos de entrevistas en los que gente amiga diría qué bueno soy y qué estupendo es trabajar conmigo. Pero en seguida comprendí que eso no tendría ningún interés”.

Springsteen está a punto de cumplir 70 años. “Cuanto mayor te haces, más pesan las cosas que tienes pendientes de solucionar”, explica en la película, y sugiere así que tanto el disco como la película son para él una forma de saldar cuentas. “Todos estamos rotos de algún modo, y nos pasamos la vida buscando a alguien cuyas piezas rotas encajen con las nuestras”, afirma en una escena. En otra recuerda cómo, en el pasado, pasó demasiado tiempo tratando de herir a la gente que le quería. Esos momentos, y otros parecidos, le sirven para recordarnos lo que se oculta tras el Boss: Bruce Springsteen, un ser humano mucho menos seguro de sí mismo de lo que su reflejo público nunca estuvo. Y convierten 'Western stars', asegura, en “un viaje en busca de la paz; paz con uno mismo y con la vida que uno tiene. Una forma de darnos permiso para vivir la vida, de la manera que sea”.