José Tomás ofreció ayer en Granada una tarde antológica, de esas que perdurarán en el recuerdo de cuántos vinieron a verle en directo, y no solo por las seis orejas y rabo que cortó en total, sino por la exhibición que dio de suavidad, pureza y verdad de su maravilloso y singular concepto del toreo.

La expectación desde días antes era descomunal. El revuelo que siempre se produce en cualquier ciudad del mundo donde se anuncie, la misma que se convierte por un día en la capital mundial del toreo.

NUNCA FALLA // Luego, además, es que no suele fallar casi nunca. Ese porcentaje tan alto de éxito es otro plus añadido para que aficionados de todas partes del mundo acudan en masa a verle, e incluso personalidades destacadas como el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, o la vicepresidenta, Carmen Calvo. Así ocurrió ayer, donde firmó una actuación colosal, a la altura de la belleza y majestuosidad de Granada.

En sus cuatro faenas se fusionaron la solemnidad del Generalife, la suntuosidad de los jardines nazaríes, el hieratismo de los leones que salvaguardan y dan nombre al patio más famoso de la Alhambra, el encanto de su arte mudéjar, la frescura de Sierra Nevada, los aires barrocos del Sacromonte y el embrujo del Albaicín.

Su primera faena fue un aperitivo de la grandeza de este torero. Una faena en la que la hondura al natural y la rotundidad por redondos se fusionaron para cuajar a un buen ejemplar de Cuvillo, que ya acabó desorejando.

COLOSAL // El saludo al segundo fue una oda al toreo excelso a la verónica. Caricias a cámara lenta. Cumbres. El garcigrande tuvo movilidad pero había que poderlo. Y Tomás lo hizo con su izquierda, con suma naturalidad y tremenda pureza. Sin darse importancia. Colosal. Faena inmensa del madrileño emborronada únicamente con un feo bajonazo. Dio igual. Otras dos orejas más.

La faena al de El Pilar que hizo quinto fue un ejercicio de fe en la que tuvo que ir ahormando al astado a base de temple y mando para tratar de hacerlo romper hacia adelante en una faena sin rúbrica con la espada.

En el sexto se emborrachó a torear de capote: Verónicas, delantales, pases por la espalda. Todo muy rotundo, reunido y, sobre todo, al ralentí. Pero es lo que vino después, en la muleta, tuvo un sentimiento, un gusto, una verdad, una rotundidad por abajo que hicieron de ella una nueva obra de arte, que tuvo el colofón de los máximos trofeos.

El rejoneador Sergio Galán anduvo sobrio y a muy buen nivel en sus dos faenas. Pudo haber tocado pelo del cuarto de haber fallado en la suerte suprema.