Hace exactamente diez años que Katy Perry entregaba el disco que la consagró, 'Teenage dream', envuelta en celofanes melódicos de colorines y brindándose como una enésima versión del producto pop total. Entre el tontorrón descaro veraniego de 'California gurls' y la épica pasada de rosca de 'Fireworks' se movía esta cantante con aspecto de vecina de al lado, que poco antes nos había hecho arquear las cejas con aquel 'I kissed a girl', y que ahora nos invita a 'buscar la luz al final del túnel' (así se ha expresado) en 'Smile', el álbum que este viernes se ha puesto en circulación.

Disco que surge, por lo visto, de un período atormentado de su vida, en el que las ventas a la baja de 'Witness' (2017) y sus crisis de pareja (felizmente superadas) con Orlando Bloom la llevaron al borde del suicidio. Tragedias que estos días suenan un poco a música celestial, tal como está el patio. Pero, en fin, de ahí ha sacado Perry el impulso para llenar este álbum de mensajes de superación, empoderamiento, etcétera, y hasta para ponerle a una canción (flojita) el título de 'Resilient', sin más rodeos.

NUBES DE AZUCAR

Con ‘Smile’, Katy Perry sigue más o menos donde estaba, en la producción de repostería pop industrial, y sus canciones son como esas nubes de azúcar que no puedes evitar zamparte aunque luego te sienten mal o te traigan problemas de conciencia. No estamos ante su obra más incontestable, aunque la triada de bienvenida da el pego: ahí está el estribillo trabalenguas de ‘Never really over again’ (que fue la avanzadilla del disco hace ya más de un año), el desarrollo liberador de ‘Cry it about it later’ y ese ‘Teary eyes’ resultón en el que incide en la idea de vencer las adversidades y de proceder a bailar a cualquier precio, aunque sea con los ojos humedecidos.

En adelante, el álbum combina atascos como la grandilocuente (e histérica) ‘Daisies’ o la intensita ‘Not the end of the world’ con secuencias más vibrantes: acojámonos a la pieza titular, ‘Smile’, con su textura discotequera, y a los brillos funky de ‘Tucked’, para mantener a Katy Perry en su posición de diva pop de factura clásica, ajena a los cantos de sirena de la música urbana. Y tomemos el desvío hasta ‘Harleys in Hawaii’, exótica y serpenteante.

No parece que este álbum pueda llevar la carrera de la californiana a cotas más altas, pero puede satisfacer a sus seguidores asentados. Obra funcional, superproducción sin complejos (pasan por la cabina de mando hasta 15 timoneles), con canciones para bailar en un momento en que apenas podemos hacerlo (en la pista, al menos) y para corear en un estadio ahora que están cerrados. Siempre puede uno montarse la fiesta en casa, y ‘Smile’ estará ahí para asistirlo.