Es uno de los exponentes esenciales del Nuevo Cine Gallego. Tras viajar por todo el mundo con su ópera prima, Costa da Morte (2013), ahora presenta en la Berlinale -fuera de competición- su segundo largometraje: 'Lúa vermella', que toma la figura de un buzo conocido como El Rubio de Camelle para reflexionar sobre las conexiones entre el paisaje con el mito y el mar con el duelo.

¿Podría hablar de la relación de 'Lúa vermella' con su película anterior, 'Costa da Morte'? Parecen ser el reverso la una de la otra...Lo son. De hecho, la idea de hacer 'Lúa vermella' se me ocurrió poco después de terminar 'Costa da Morte'. En conjunto funcionan como una reflexión sobre cómo se construye la identidad de un paisaje y cómo, en el proceso, emergen tanto la historia como las leyendas. Si 'Costa da Morte' era un documental antropológico que ponía el foco en la historia, ahora 'Lúa vermella' lo pone en las leyendas y los mitos: las meigas, la Santa Compaña, el mar.

De hecho la película toma a una persona real, El Rubio de Camelle, y construye una leyenda en torno a él.En cuanto conocí su historia comprendí que conectaba con muchas de las inquietudes a las que quería dar salida. Es un buzo que ha recuperado más de 30 cadáveres de náufragos en Costa da Morte, y se interpreta a sí mismo; a partir de él, la película reflexiona sobre la necesidad de despedir a nuestros muertos. Cuando el duelo no se cierra y el cadáver no se recupera, la herida no se cierra.

Teniendo eso en cuenta, ¿hasta qué punto puede 'Lúa vermella' considerarse una película sobre la memoria histórica? Es un lectura que tuvimos presente. En la película hablamos del proceso de duelo de un pueblo que pierde a un vecino en el mar pero, por supuesto, es casi inevitable pensar a nivel colectivo, en España misma y en los cadáveres que no han aparecido, y en la imposibilidad de pasar página a menos que cerremos esa herida.

Además de El Rubio, el otro gran personaje de la película es el mar de Finisterre, que de hecho es definido como un monstruo. Es un mar peligroso lleno de naufragios y cadáveres a lo largo de la historia, un verdadero cementerio, y como tal genera un imaginario muy potente. Quería ligar la película a una cierta tradición artística gallega, y en concreto pensé en un escritor llamado Álvaro Cunqueiro, que escribió: El océano es un gran animal que respira dos veces al día.

Desde sus primeros cortos, usted ha desarrollado un método narrativo basado en la captura de figuras humanas inmóviles en el paisaje. ¿Qué intención hay tras él? Mi impulso a la hora de crear suele ser la búsqueda de nuevos lenguajes cinematográficos y formas narrativas, y esas figuras inmóviles me permiten explorar la maleabilidad del tiempo, a varios niveles. Por un lado el tiempo interior, el de la conciencia; por otro, el exterior, el que se expande por el paisaje. Y, por último, el tiempo del mito, ese espacio más atemporal que se vincula al del inconsciente y los sueños.

¿Cómo explica usted el especial apego que la cultura gallega siente hacia el paisaje y hacia lo mítico?Me resulta difícil responder, pero diría que tiene que ver con la necesidad que las culturas minoritarias tienen de reivindicar su propia identidad, definirse y no verse aplastadas por la dominante. En ese sentido, mi cine es una forma de reivindicación. Cuanta más diversidad cultural, más riqueza.

En los últimos años, desde Galicia han surgido una serie de cineastas como Oliver Laxe, Eloy Enciso, Diana Toucedo, Eloy Domínguez Serén y usted mismo, que componen lo que se conoce como Nuevo Cine Gallego. ¿De dónde surge ese impulso creativo? Formamos parte de un movimiento que acaba de cumplir diez años. Somos muy amigos, y colaboramos los unos en las películas de los otros. Para nosotros ha sido vital la labor de los festivales gallegos como puntos de encuentro, certámenes como (S8), Cortocircuíto, Play-Doc o Cineuropa que han contribuido a estrechar lazos entre nosotros y a generar una sensibilidad artística compartida.