Danny McBride lleva más o menos década y media interpretando una y otra vez el mismo personaje: tipos que se creen (sin motivo) el centro del mundo; (relativos) machos alfa ahogados en delirios de grandeza. En 'Los Gemstone', serie de la que es el principal artífice (crea, escribe, produce, dirige), vuelve a ponerse en el pellejo de un hombre ridículo: el dudoso, chulesco y corrupto heredero natural del imperio televangelista de los Gemstone, familia que ha hecho negocio con la fe de los otros.

John Goodman es el imponente patriarca Eli; Adam DeVine, el hijo pequeño; Edi Patterson, una hija sin permiso para viajar a los grandes acontecimientos. Por ejemplo, el gran maratón de bautismos en China que abre la serie, arruinado cuando alguien acciona por accidente las olas de la megapiscina.

Es el arranque espectacular de una serie que se quiere más épica, a todos los niveles, que las otras cocinadas por McBride y sus habituales Jody Hill y David Gordon Green (que ayudan en la producción y dirección) para HBO: memorables 'De culo y cuesto abajo' y 'Vice principals'. Especie de 'Dallas' trasladada al mundo de las megaiglesias, 'Los Gemstone' acumula ambiciosamente personajes, tramas y, como es habitual en este trío, también tonos.

La comedia, no a costa de la religión, sino de la avaricia, es el gancho, pero cuando uno menos se lo espera aparecen elementos resonantes de drama y emergen corrientes de verdadera oscuridad. De hecho, una sola escena puede llegar a tener dos lecturas, según el punto de vista. La misma que hace reír al final del primer episodio hiela la sangre al comienzo del segundo; una es comedia 'slapstick' y la otra puro terror, género que McBride, coguionista de la última 'Halloween', también controla.