Si al género del wéstern la nació un retoño que se ganó el adjetivo de crepuscular, con antihéroes en lugar de pistoleros, algo más de crueldad, granjeras de armas tomar y algo menos de desprecio por sus protagonistas indios, latinos o negros, a la fantasía épica de raíz tolkieniana le ha sucedido algo en las últimas décadas. Joe Abercrombie (Lancaster, 1974) no fue el primero, pero sí es el autor en activo más inquieto del subgénero del 'grimdark'. Con todo, no tiene suficiente con manchar sus libros con violencia, dolor y crueldad; acaba de incorporar a su fórmula un nuevo componente: a su mundo, entre medieval y renacentista, han llegado en su última novela la revolución industrial, la miseria urbana y la explotación infantil más dickensiana, la crueldad de los primeros capitanes de la industria y las primeras revoluciones proletarias contra la esclavitud de las máquinas. "Lo definiría como Los miserables, con menos canciones y más ahorcamientos", bromea Abercrombie durante su paso por Barcelona con motivo del lanzamiento de Un poco de odio (Runas).

Abercrombie tiene en su haber una trilogía, 'La primera ley', tres novelas independientes y un libro de cuentos basados en ese mismo universo, el Círculo del Mundo. Con Un poco de odio abre una nueva serie de tres libros, dentro del mundo de 'La primera ley', protagonizado, 30 años después, por los hijos de los personajes de la primera trilogía.

Nada de apacibles comarcas o imperios eternos. El libro se abre con una cita del doctor Johnson -"la presente era está volviéndose loca en pos de la innovación, y todos los asuntos del mundo se llevarán de una manera distinta"- y no es difícil rastrear entre sus referentes, más que a Tolkien, al Zola de Germinal, al Víctor Hugo de Los Miserables, al Dickens de Oliver Twist o al Trollope de El mundo en que vivimos. "Me gustan los mundos en evolución, cambiantes, igual que nuestro propio mundo. En los que el conflicto viene de decisiones y procesos políticos y económicos, y no de una lucha abstracta entre el bien y el mal. El mundo de 'La primera ley' ya era en muchos aspectos un mundo de fantasía tradicional pero en el que se ve un poco el ascenso de la clase comerciante y el advenimiento de un nuevo tipo de poder. Para mí el paso más natural era seguir con la revolución industrial", explica.

Hay máquinas, pero no estamos hablando de simple ambientación 'steam punk'. Las máquinas enriquecen, esclavizan. Y acaban ardiendo. "La revolución industrial me parece un terreno muy fértil para crear conflicto y para crear drama, porque conlleva todo tipo de enfrentamientos entre ricos y pobres, privilegiados y no privilegiados, una aristocracia terrateniente tradicional y una nueva clase de emprendedores. Y además -reconoce- las máquinas molan".

ESCISIONES ENTRE REVOLUCIONARIOS

Hay un poco de magia (una mujer del norte que ve el futuro entre convulsiones, el Gran Mago que ha determinado el futuro del mundo durante generaciones), pero también las habituales escisiones entre los movimientos revolucionarios. "Tenemos a los Rompedores, que quieren reorganizar el orden establecido, y a los Quemadores, que quieren acabar con todo; como es habitual, los intentos de las autoridades por reprimir este alzamiento no son muy inteligentes y conducen a una disminución de la simpatía por el bando rompedor y un incremento de la popularidad del quemador".

En los libros de Abercrombie a todo el mundo le duele algo. Miembros amputados, artrosis, cicatrices, cuencas oculares vacías en su último libro, un capítulo gira en torno a una menstruación dolorosísima. No es casual: lleva esforzándose tiempo en incluir la perspectiva de género dentro del género fantástico. "Mis primeros libros estaban ciertamente muy centrados en los personajes masculinos, hasta que empecé a darme cuenta de que probablemente habrían sido libros mejores, más verosímiles, más interesantes, si hubiera incorporado más personajes femeninos. Empecé a coger personajes femeninos e insertarlos en roles tradicionalmente masculinos, pero en este libro he intentado escribir un abanico de personajes femeninos mucho más amplio. Nunca había escrito sobre una mujer de los salones de la alta sociedad que a la vez es inversora o sobre una chica que ha sobrevivido al paso por un campo de prisioneros".

Con todo, tranquiliza Abercrombie a quienes le han leído por sus salvajes escenas de acción, inspiradas en su pasado como montador para la TV, y sus torturados personajes en Un poco de odio seguirán encontrando a muchos machos machacándose machunamente en las batallas entre las tropas reales de la Unión y los salvajes del norte, o en las calles de una ciudad arrasada por la revolución. Y muchas cicatrices. Soy un gran fan de las cicatrices en todos los sentidos -admite-. Al leer novelas como El Señor de los Anillos seguimos a menudo a personajes muy violentos que salen de esa experiencia sin ninguna cicatriz física o mental. Los suyos, garantiza, si no las tienen, las tendrán.