Durante 90 años, 80 de ellos arañando y ganando espacio en pleno corazón de la jungla urbanística del Midtown de Nueva York, el Museo de Arte Moderno de Nueva York ha ido escribiendo páginas que han convertido ese espacio en la calle 53 en una especie de manual del modernismo, si no el definitivo uno de imprescindible referencia. El MoMA, no obstante, siempre ha sido y siempre va a ser, según decía este jueves su actual director, Glenn Lowry, "un trabajo en construcción". Y en su última expansión, que abre sus puertas al público el 21 de octubre, la pinacoteca explora una nueva forma de narración. Si a su versión anterior se la comparase con una novela, la de ahora debería verse como una colección de relatos cortos. Sugerente, interesante, quizá no revolucionaria pero atrevida y con sorpresas.

Los cambios formales son tan ambiciosos como evidentes. Con 450 millones de dólares, la controvertida compra y demolición del American Folk Art Museum y ocupando las primeras plantas de una nueva torre de apartamentos de Jean Nouvel, el MoMA ha culminado esta fase de expansión hacia el oeste. Con el refinado trabajo de los arquitectos de Diller Scofidio+Renfro, en colaboración con Genslet, ha sumado cerca de 4.000 metros cuadrados de espacio expositivo para llegar hasta los 15.000.

Hay galerías visibles desde la calle, una nueva tienda en la planta baja, espacio accesible incluso para quienes no vayan a pagar la entrada, cuyo precio se mantiene en 25 dólares. Y conforme se va subiendo, las nuevas salas respiran, las escaleras parece que flotan, y la ampliación se siente como una bocanada de aire más que bienvenida y necesaria en un museo, como tantos otros, a veces asfixiante por su éxito. El MoMA ha tenido unos tres millones de visitantes anuales desde el 2010. A partir de ahora espera unos tres millones y medio.

NUEVOS DIÁLOGOS

La transformación más ambiciosa, significativa y profunda, no obstante, no es la del espacio, aunque vaya de la mano. Sin abandonar del todo el orden cronológico como espina dorsal, el MoMA ha decidido abrir desvíos, crear sorpresas, promocionar nuevos diálogos y líneas de conexión entre las piezas expuestas, que gracias a la ampliación pasan de 1.500 a 2.500.

También ha borrado viejas fronteras de estilos, orígenes, género y disciplinas con los comisarios jefes de los seis principales departamentos colaborando en salas donde conviven pintura, escultura, fotografía, vídeo, diseño, arquitectura... Y hace desaparecer los "ismos" como elemento aglutinador para dejar espacio a títulos temáticos: "La ciudad como escenario", "De latas de sopa a platillos volantes", "Antes y después de Tiananmen", "Historias verdaderas", "Imágenes públicas", "Nuevos monumentos", "Abstracción y utopía"...

Todo se ha hecho, además, con el plan de renovar cada seis meses aproximadamente un tercio de lo expuesto (con excepción de las grandes obras de la colección permanente), prometiendo visibilidad a unos fondos donde hay más de 200.000 piezas.

Uno de los ejemplos de la nueva filosofía imperante en el MoMA lo protagoniza 'Las señoritas de Aviñón', que Picasso pintó en 1907. Ahora comparte su espacio con 'American People Series #20: Die', una obra de intensa carga interracial y violencia firmada en 1967 por la artista negra de Harlem Faith Ringgold, que se inspiró precisamente en el cuadro de Picasso y en su 'Gernika', que durante años también estuvo colgado en las paredes del MoMA. Como ha escrito un crítico de 'The New York Times', "algunos lo considerarán sacrilegio", pero su opinión es muy distinta: "Un brochazo genial de comisariado".

DIVERSIFICACIÓN

En el lugar prominente que se ha dado a 'Die', que el MoMA compró en 2016, se encuentran además latidos de otras transformaciones también muy palpables. El artista hombre blanco norteamericano y de Europa occidental dominó durante décadas ese canon que el MoMA ha contribuido a asentar pero la pinacoteca se diversifica. Ha intensificado las adquisiciones de artistas de América Latina, Asia, África, así como de afroamericanos y de mujeres. Y si las artistas antes eran creadoras de solo un 5% de obras en la colección permanente, ahora representan más del 25%.

Hay quien cree que con su apertura al multiculturalismo, con la nueva filosofía de un nuevo relato, con esas disposiciones de obras y despliegue interdisciplinar y con las rotaciones frecuentes, el MoMA trata de evitar turbulencias. Es lo que piensa, por ejemplo, un crítico de 'The Wall Street Journal', que ha escrito que "la historia del arte moderno ahora es tan políticamente tensa que intentar una narración definitiva es asegurarse la furia de uno o más grupos de interés".

En el museo, que llevaba una década estudiando los cambios y prestó especial atención a disposiciones en otros lugares como el Centro Pompidou de París o el Museo Stedelijk de Amsterdam, no es esa, claramente, la argumentación. En una de las galerías este jueves, junto a la serie de cubos 'Equals' de Richard Serra, Roxana Marcoci, comisaria de fotografía, defendía que el nuevo MoMA "abre la idea de que no hay solo una historia sino muchas y la forma de contar muchas historias es desplegar muchas formas de arte en el suelo".

Marcoci precisamente es quien hablaba hace unos días a 'The New York Times' sobre los jóvenes, un claro objetivo de público que busca el MoMA, y subrayaba cómo combinan la atención a lo expuesto con información en sus móviles. "Nuevas generaciones enteras están aprendiendo a comprender el mundo primero a través de una imagen", decía, augurando que la visita a un museo "ya nunca más será la perfecta experiencia contemplativa".

Según Lowry, lo que el MoMA seguirá siendo, como desde sus orígenes, es "un laboratorio que insta al público a participar para experimentar, mirar, pensar, qué es el arte moderno", y seguirá haciéndose las "preguntas constantes". Porque aún quedan relatos por escribir.