Los dos primeros largometrajes de Navad Lapid, 'Policía en Israel' (2011) y 'La profesora de parvulario' (2014), lo convirtieron en uno de los autores más extraños y estimulantes del panorama actual, y ahora el tercero confirma por qué. Oso de Oro en la pasada Berlinale, 'Sinónimos' es el retrato autobiográfico de un joven israelí que, tras finalizar el servicio militar, viaja a París para renunciar por completo a su nacionalidad, su cultura y su viejo yo, hasta que comprende que esas cosas no pueden cambiarse como si fueran un abrigo.

-¿Qué trata 'Sinónimos' de decir acerca de la identidad israelí?

-He querido reflejar el alma de mi país, que está enferma y se pudre cada vez más. No hay más que fijarse en quienes mejor la simbolizan, esos hombres jóvenes israelíes que no tienen sentido del humor ni habilidad para la ironía, ni dudan de nada, ni son capaces de adaptarse, y que son autoritarios hasta cuando bailan o besan. La suya es una actitud vital absolutista: o estás con ellos o contra ellos. Y yo no puedo evitar sentirme israelí. Esa forma de ser se refleja en mi modo de rodar y expresarme con mis películas.

-La película tiene mucho de autobiográfica. ¿Qué diría que aprendió en el tiempo que pasó en París?

-Me mudé allí porque en Israel sentía que estaba rodeado de gente ciega, incapaz de darse cuenta de la irracionalidad y el sinsentido que determinaban nuestras vidas; pensé que si me alejaba de forma radical de todo aquello sería capaz de curarme. Pero luego comprendí que, cuando el demonio está dentro de ti, vayas adonde vayas lo llevarás contigo.

-En su opinión, ¿de qué manera afecta el servicio militar obligatorio la psique de los jóvenes israelís?

-En mi caso, recuerdo que inicialmente me convertí en soldado con entusiasmo aunque, por supuesto, no entendía absolutamente nada. Aquel periodo específico fue mucho menos peligroso de lo que yo esperaba y, además, me dio muchas ideas que espero usar en futuras películas. Lo cierto es que el problema no es el servicio militar en sí mismo; el problema es que, cuando naces en Israel, incluso desde antes de que tengas uso de razón se te prepara para ser un buen soldado.

-¿Qué consecuencias tiene eso?

-Creces obligado a ser alguien que por naturaleza no eres, y a suprimir ciertos aspectos de tu personalidad. Y eso sucede durante años y años, y al final ya no sabes ni quién eres, cuál es tu yo real y cuál el que se te ha impuesto.

-En cualquier caso, 'Sinónimos' parece sugerir que Israel no es una excepción en ese sentido.

-Sí. Yoav, el protagonista de la película, cree que Francia e Israel son antónimos, pero en realidad son sinónimos. Todos los países tienen cadáveres quemados y enterrados bajo tierra, y todos se sustentan sobre la violencia. Y la mayoría de nosotros nos negamos a enfrentarnos a nuestra responsabilidad individual y social; preferimos mirar hacia otro lado. Hay una enfermedad que no se cura, y nosotros somos parte de ella. De hecho, la enfermedad somos nosotros.

-La película recurre a elipsis y otras herramientas narrativas que no se lo ponen fácil al espectador. ¿Podría detallar su estrategia?

-Creo que las vidas de todos nosotros son caóticas, y intentar dotarlas de sentido es absurdo. Las narrativas clásicas buscan una coherencia que las desconecta de la realidad. Además, cuando yo veo una película me gusta que se enfrente a mí, que me golpee; y creo que esencialmente es eso mismo, enzarzarme en un combate de boxeo con el público, lo que yo trato de hacer a través de mi cine. El arte debe basarse en la confrontación.