De la inabarcable literatura sobre el Holocausto judío, seguramente acontecimiento único en la historia de Occidente, el lector encontrará reconstrucciones históricas capitales como la de Raul Hilberg, tratados filosóficos que tratan de elucidar el significado ético y político del campo como buena parte de la obra de Giorgio Agamben, ficciones narrativas que buscaron literaturizar las experiencias del horror como las de Vassili Grossman o Imre Kertész o poemas que cantan a la “negra leche del alba” como el inolvidable de Paul Celan. Pero quizá la piedra de Rosseta de todo ello es la literatura testimonial de los que vivieron en propia carne cómo fue la desatada violencia inhumana del infierno. Esas revelaciones de los que sobrevivieron a los campos de exterminio relatan episodios desde la proximidad de lo que sucedió. Este libro opta por un cambio de perspectiva capital que lo diferencia de lo que escribieron Jean Améry, Victor Klemperer, Primo Levi, Jorge Semprún o Elie Wiesel.

Porque el argentino Santiago H. Amigorena (Buenos Aires, 1962), afincado desde hace años en Francia y cuya lengua literaria es el francés, ha querido contar no una historia en primera persona, sino el enigma familiar de su abuelo Vicente Rosenberg, un judío que se marchó de Polonia dejando ahí a sus padres y hermanos. Y, no obstante, en más de un sentido esa historia de su abuelo es la suya. Como también es la historia del excelente traductor al español de este libro, Martín Caparrós, primo de Amigorena y nieto también del protagonista.

Es esta una historia verídica vinculada al gueto de Varsovia y relatada desde una distancia de 12.946 kilómetros. Y también sujeta a un personaje que a medida que avanza la novela se hace fuerte en el silencio interior, en la impotencia y en la culpa que le corroe por haber abandonado a sus seres queridos. Lo decisivo de este libro singular es que todo lo que importa sucede fuera de él, del mismo modo que Vicente no está donde debería estar porque se ha convertido en un hombre que está lejos del drama y que decide “vivir en la oscuridad”. El contraste entre la inmediatez del presente bonaerense de Vicente y la lentitud del pasado del desastre europeo. De ahí recibe por carta noticias de su madre.

No sabremos hasta qué punto 'El gueto interior' juega con la ficción en las escenas del Buenos Aires de Vicente y con la verdad histórica de las escenas que relatan el horror en el gueto de Varsovia contadas por su madre Gustawa. Pero poco importa. Porque la sencillez de este relato escrito sin aspavientos ni grandilocuencias inoportunas estriba en dar cuenta de qué modo se puede vivir una “vida culpable” y cómo se puede perder un destino. He aquí un relato inquietante cuyas páginas tratan de “pensar lo impensable”. No es de extrañar que en Francia Amigorena con esta novela haya sido finalista de los prestigiosos premios Goncourt y Médicis y nominada al Renaudot.