Al director Nicolas Pariser le interesan los choques dialécticos dentro de un trasfondo político. Es la base sobre la que se sustenta ‘Los consejos de Alice’ en la que un ficticio alcalde de la ciudad de Lyon (encarnado por el gran Fabrice Luchini) se queda sin ideas y contrata a una joven filósofa para que le “ayude a pensar” y perfilar su discurso.

-¿Se ha quedado la política europea sin ideas con las que evolucionar?

-La clase política se desgasta con rapidez y no deja espacio para el cambio. Tampoco son conscientes de las necesidades reales de los ciudadanos y la distancia se hace cada vez más grande con las nuevas generaciones. Reflexionar sobre eso requiere un esfuerzo que no todos están dispuestos a hacer, porque después está el ego, la vanidad que genera el poder…

-La película se centra en el choque generacional. ¿Cree que los jóvenes tienen la llave para arreglar el mundo?

-La generación del ‘Baby Boomer’ está muy segura de sí misma, del lugar que ocupa en el mundo, de su legitimidad. Creo que a los jóvenes todavía les falta creérselo un poco, tienen formación, son brillantes, así que solo les falta perder el miedo.

-¿La filosofía puede ser un arma para enfrentarse al mundo?

-Creo que no solo la filosofía, también todas las humanidades, la literatura, el arte, el cine. El pensamiento que generan es susceptible de nutrirnos lo suficiente como para enseñarnos a vivir. La falta de cultura es la base muchos problemas.

-¿Por qué la derecha nunca está desencantada y la izquierda, sí?

-Las derechas buscan la eficacia. Cuando funciona bien la economía, aunque haya desigualdades, parece que todo vaya bien. Pero la izquierda quiere corregir eso, mejorar las condiciones de los más necesitados, reflotar las injusticias, y cuando se fracasa en un nivel, llega la decepción.

-En un momento de extremismos en la política, es curioso que la película hable de un vacío de ideas.

-En Francia hoy en día todo son extremismos. La democracia tradicional, que implica reflexionar, debatir y luego decidir, está en crisis. Ahora solo se utiliza la demagogia y se da importancia a la agresividad, a la violencia verbal, como si eso fueran herramientas valiosas. Por eso los debates parlamentarios se convierten en un circo y todo eso desencadena malestar social.