Un discurso de aceptación del Nobel largo pero muy acogedor y luminoso fue el de la premio Nobel del 2018 Olga Tokarczuk ayer en la Academia Sueca de Estocolmo. En su lectura tardó más del doble del tiempo empleado por Peter Handke, contestadísimo nobel del 2019. Quizá el del austriaco haya sido uno de los más breves de la historia de los premios. También evocadora, poética y quizá por ello particularmente densa, la lectura de Handke no proyectó luz alguna sobre las preguntas y el debate, casi universal, que se ha planteado con su galardón: ¿es lícito anteponer la literatura a las ideas políticas? Si alguien buscaba una respuesta o una justificación de sus palabras y sus escritos en los años 90 a favor de su posición proserbia en la guerra de Yugoslavia no los encontrará aquí. Pese a que la entrada de Handke (junto a Tokarczuk) fue muy aplaudida en la sala de la academia y el acto discurrió por los canales de la elegante diplomacia habitual, los organizadores controlaron en todo momento quién podía aplaudir o no al autor. La prensa, por ejemplo, solo pudo seguir los discursos por streaming, a diferencia de años anteriores y del resto de las lecturas de los otros premios Nobel del día, por razones de seguridad.

La lectura de Handke tuvo el mismo comienzo que la de Tokarczuk una evocación de la madre como motor de su vocación narrativa. De hecho, el suicidio de su madre fue uno de los acontecimientos que resuenan en casi toda la literatura del autor y en especial de su novela Desgracia impeorable, centrada estrictamente en esa pérdida. Trufando aquí y allá con fragmentos de sus obras, como el poema 'Por los pueblos' o su celebrada novela 'Carta breve para un largo adiós', Handke no habló del caso serbio pero sí de lo que representó para su familia la segunda guerra mundial. Dejó caer también alguna frase, quizá con trasfondo: Gracias a la televisión crees que sabes cosas que en realidad no sabes.

Y siguió poéticamente hablando del hombre, de cómo la naturaleza tan querida por este escritor andariego se opone a la guerra. Y hubo espacio para recordar sus lecturas, Goethe, claro está, pero también los wésterns de John Ford, las películas de Yasujiro Ozu y las canciones de Johnny Cash y Leonard Cohen o las letanías religiosas que oyó en la Iglesia y que conformaron el ritmo de sus textos. Al final, acabó relatando dos pequeños encuentros de un viaje a Noruega ¿alguien le informó que los suecos siempre han encontrado pueblerinos a los noruegos? que le permitieron mencionar, como de pasada, a Knut Hamsun, otro controvertido Nobel que también apostó por el lado oscuro al apoyar a los nazis.

Saber estar en el mundo

El discurso de la escritora polaca Olga Tokarczuk, un prodigio de calidez y de saber estar en el mundo no en vano es también activista medioambiental fue una defensa de cómo las narraciones nos sirven para explicar un mundo contado por un idiota, lleno de ruido y de furia. Sí, este mundo dirigido por internet para el que no tenemos narraciones listas ni para el futuro ni para el presente, también le cuadra la cita de Shakespeare.

Tokarczuk habló de literatura, la actual condenó está marcada por una comercialización del mercado literario que ha llevado a una división en géneros, trabajos que producen resultados muy similares: Su previsibilidad es una virtud, su banalidad un logro. También de las series televisivas, hoy las principales rivales de la lectura, su influencia es revolucionaria, pero, lamentablemente con ellas se ha perdido el viejo sentimiento de la catarsis. En ese diagnóstico del presente, se paseó el fantasma de las fake news, convertidas en arma de destrucción masiva y también letales para la literatura. Así para la autora, la ficción ha perdido la confianza de los lectores que preguntan una y otra vez si lo que ha escrito es real. Es posible que la literatura se esté convirtiendo en algo marginal pero es la única capaz de hacernos entrar más hondo en la vida de otros seres, entender sus razones, compartir sus emociones y experimenta sus destinos.