No era fácil la papeleta de Varea en Madrid. Tarde de no hay billetes, la expectación por las nubes, en plena Feria de San Isidro con innumerables rostros conocidos entre las más de veinte mil almas que llenaban Las Ventas y los focos del toreo alumbrando una tarde que se presagiaba importante y que acabó siendo para el recuerdo. Al de Almassora le tocó abrir plaza, como corresponde cuando uno se presenta como matador en esta plaza.

No se definió el toro de su confirmación, de nombre Rocoso, en los primeros compases de la lidia. Pero en la muleta tomó la franela con franqueza, aunque sin acabar de romper y empujar con codicia, que son condiciones muy miradas en esta plaza. Dejó Varea detalles de esa personalidad tan característica, pero la obra nunca llegó a despegar. Llegó la hora de la verdad y ¡sorpresa! dejó una gran estocada en todo lo alto. Eso sí, el descabello se le atascó más de lo normal. Agua de borrajas.

Una vez roto el hielo y la tarde, apareció en escena la cátedra de Enrique Ponce. La manera de sujetar, de relajarse caído de hombros, de apretarse y enroscarse al manso de Garcigrande, enloqueció a una afición volcada con la entrega de un torero que toreó con el alma desnuda, con sinceridad. Cortó una oreja y se empezó a barruntar la puerta grande.

Salió en tercer lugar otro buen toro de Garcigrande --salvo el quinto, toda la corrida de esta divisa salmantina que tomaba antigüedad en Madrid, tuvo opciones para el triunfo--, aunque David Mora no acabó de acoplarse ni de templarse con su embestida. Y de nuevo apareció Ponce, con las ganas de quien necesita abrirse paso. Su actitud, encomiable. Parecía él quien confirmaba alternativa. Nadie daba un duro por el veleto y ofensivo burraco, que acabó sucumbido a la poderosa muleta del valenciano, metido entre los mismos pitones para acabar deletreando lo que significa el magisterio de un torero de época. Oreja al margen, puede que haya alguien que la discuta, su tarde era para acabar como acabó, a hombros de una afición sucumbida al encanto de este doctor del toreo.

Así que cuando Varea se tuvo que abrir de capa para recibir al sexto, todavía la afición estaba embriagada con la lección de Ponce. Remontar aquel ambiente, no era tarea fácil para un torero que se presentaba en Las Ventas. Delante tuvo al mejor toro de la tarde, un animal bravo y encastado. Nada fácil. Exigente, pero agradecido en el toreo por abajo. Lo mejor de Varea llegó sobre la izquierda. El natural, largo y desgarrado. Las Ventas empujó al castellonense, pero la plaza no rugió como lo hizo con el padrino de la confirmación. Y es que la experiencia es un grado. Y a Varea, hay que darle tiempo.