Hasta aquí llegan sus suspiros de decepción. No crean que no los escucho. Once rings literarios y ni un solo escritor asesinado. Lo máximo que hemos visto han sido tazas de té sacudidas contra platillos, cartas al director y, máximo, un denuesto (entre dientes). Por suerte, está lo del brazo de Valle-Inclán. No es un fiambre, pero servirá para hacer boca.

Don Ramón del Valle-Inclán era un escritor pontevedrés que, en verano de 1899, acababa de llegar a Madrid por segunda vez y simulaba vivir en la indigencia. Tenía 33 años, pero parecía el abuelo de Tagore. Pío Baroja afirmó que Valle Inclán, en aquella época, se hallaba en el apogeo de la altivez y de la impertinencia y era dictador en su tertulia, la del Café de La Montaña. Aquella tertulia era un club de cuellos mugrientos y vinazo deleznable donde acudían bohemios verdaderos e impostados para discutir cara a cara (bieeen) sobre paridas monumentales (oooh). En el día que nos ocupa, el tema era el próximo duelo entre Leal de Cámara, un joven caricaturista portugués, y el aristócrata andaluz López del Castillo (los dos hombres habían intercambiado puñetazos tras discutir por el valor de lusos e hispanos).

En el Café de La Montaña la discusión fue subiendo de tono, hasta que el joven escritor vasco (futuro falangista y pronazi) Manuel Bueno, amigo del andaluz, exclamó: Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! Leal da Cámara es menor de edad y no podrá batirse!. Valle, amigo del portugués, tomó las palabras del otro como un ataque y con su voz metálica respondió: No sea usted majadero, que usted no sabe una palabra de eso. Bueno, un hombre de faz inmaterial, como un Mr. Potato sin piezas, pero ánimotelúrico, le amenazó con el bastón. Valle Inclán, que seguía aullando Majadero! Majadero! y había olvidado que era un intelectual gallego medio tísico, no un ultra del Lazio, agarró una botella por el cuello (como si manejase el as de bastos, según Gómez de la Serna) y, tras salpicar a todos los presentes, trató de arrearle a Bueno, quien no tuvo más remedio que asestar el bastonazo acallador (otras fuentes afirman que le pegó una mortal paliza).

Infausta infección

Según el mito, los gemelos que llevaba Valle se le hincaron en el antebrazo izquierdo, provocándole la infausta infección. En realidad (sabemos ahora, cien biografías después) se trató de una inoperable fractura conminuta en los huesos del antebrazo. La mugre cucarachosa del Madrid de la época hizo el resto. El brazo de Valle-Inclán se gangrenó en una sola noche, y los médicos decidieron amputárselo hasta el hombro.

A los pocos días, el linfático Valle se presentaba de vuelta en el Café con una extremidad de menos pero envidiable estado de ánimo. Mira, Bueno, lo pasado, pasado está, le dijo a su adversario, No te preocupes, que aún me queda el otro brazo, que es el de escribir.