Hay una manera de vivir que se ajusta a la perfección a cómo la escritora francesa Sidonie-Gabrielle Colette (un apellido que ella llevó a la categoría de nombre propio) abordó la suya. Fue la amazona. La guerrera que se vale por sí misma. La mujer que vive sin un hombre de la misma manera que no puede prescindir de los placeres que este le proporciona. ¿Es esto feminismo? Una cierta forma de feminismo, quizás. ¿Era Colette feminista? A la escritora le molestaba esa pregunta porque no se identificaba con un movimiento que, a principios del siglo XX, ella consideraba sufragismo puritano (sí, una opinión que hoy suscribirían Catherine Deneuve y Catherine Millet).

Pero 100 años más tarde es más fácil decir que Colette era feminista, gracias a sus actos en busca de la felicidad y el placer. Esa es la vertiente que explora la película del británico Wash Westmoreland, un biopic sobre los años de aprendizaje de la escritora que se estrenará el próximo viernes. Keira Knightley la encarna, aunque la figura voluptuosa de Colette puede parecer un tanto anémica (aunque bella) en la trasposición. Y paralelamente, una buena noticia editorial. Acantilado ha recuperado una de las mejores novelas de la autora, ‘Chérie’ (también hubo película), con la intención de rescatar en el futuro buena parte de sus títulos mayores, hoy prácticamente inencontrables, salvo una reedición de ‘Dúo’ en Anagrama.

“Colette es una guerrera de la libertad”, así la define la neoyorquina Judith Thurman en una reciente visita a Mallorca. Thurman es autora de ‘Secretos de la carne’, la biografía canónica de la escritora (con permiso de la también excelente de Herbert Lottman), en la que trazó y desmenuzó sus aspectos más contradictorios: “Fue bastante egoísta y por eso no hizo causa común con otras mujeres. Creó un nuevo modelo de mujer pero solo para sí misma”. Colette (Saint-Saveur 1873 -París, 1954) era demasiado individualista y tuvo el valor de hacer lo que quiso en tiempos en los que no soplaba el menor viento a favor para ello. Y a diferencia de tantas otras rebeldes, no lo pasó mal, no fue castigada por su atrevimiento. Sencillamente, hizo lo que le dio la gana y recibió los máximos honores como recompensa. No fue aceptada en la Academia Francesa pero llegó a estar al frente de la Goncourt. Cuando la Iglesia católica le negó las exequias religiosas a causa de su vida escandalosa, la Francia laica se aprestó a concederle funerales de Estado. Fue la primera mujer en el país que los tuvo.

VIDA DE NOVELA

La vida de Colette vale lo que sus novelas. O sus novelas valen lo que su vida, porque ella ya estaba haciendo autoficción, es decir convirtiendo sus experiencias en literatura, cuando nadie utilizaba la palabreja (aunque el concepto no adquirirá prestigio hasta que lo reivindiquen los hombres mucho después).

Vamos a los datos. Colette vivió una infancia idílica en plena naturaleza, salvaje y pueblerina, hasta que a los 20 años un periodista panzudo y fatuo de la bohemia parisina, Henri Gautiers-Villars, de 33, más conocido por Willy se casa con ella y la incita a escribir sus recuerdos de escuela que él retoca añadiendo detalles picantes. Surgió así la serie Claudine, protagonizada por una colegiala ingenua ávida de vida y de sexo y publicada inicialmente solo con el nombre del marido (que firmó muchos libros pero es muy probable que no escribiera ninguno) y se convirtió en un éxito instantáneo en la Belle Époque más desinhibida. Willy colecciona amantes a las que exhibe en público junto a su esposa. Aunque al principio le duele la situación, Colette se acostumbra y también tiene sus amoríos con ellas. Se codea con la flor y nata de la intelectualidad francesa, Proust y Schowb en cabeza, pero también visita con su marido los burdeles y los fumaderos de opio.

'ÉPATER LE BOURGEOIS'

Con el matrimonio roto se enrola en el 'music hall' e indigna a la sociedad biempensante. Aparece en una pantomima enseñando el pecho o besando en los labios a su amante, la andrógina condesa de Belbeuf, Missy. Está en boca de todos. Del ostracismo social la ‘rescata’ para la buena sociedad el que será su segundo marido, Henri de Jouvenel, poderoso editor de periódicos. Se convierte entonces en una institución, la primera mujer que siguiendo las huellas de las juergas de Rabelais o de la insolencia de Villon como dice Julia Kristeva lleva a la escritura “el placer de vivir, de los sentidos”. Pero hay más. Se atreve a escribir ‘Chérie’, romance de una cortesana en la cincuentena con un muchacho de 17 años y no solo eso, se atreve a vivir realmente, tiempo después de imaginar esa historia, una experiencia similar con el joven hijo de su marido, para quien será a la vez amante y mentora. “El vicio es el mal que hacemos sin placer”, escribiría en ‘Lo puro y lo impuro’. Esa actitud irónica es puro Colette.

Tan intensa es su biografía que el peligro estriba en olvidar su obra. “Es una de las más grandes estilistas de la prosa francesa y cuando digo estilista no le estoy poniendo género”, asegura Thurman. Sus frases evocadoras, sensuales y perfectas fueron muy admiradas por autores tan distantes como John Updike o un joven Truman Capote, que la visitó cuando ella, perjudicada por la artritis en sus últimos años. Vivía en un departamento del Palais Royal rodeada de sus gatos -“nuestros compañeros perfectos nunca tienen menos de cuatro patas”, escribió- y de su célebre colección de pisapapeles de Murano. Ella era casi una institución. Cuando el deseo sexual la abandonó tanto en la vida como en la literatura trasladó esa sensualidad a la evocación de su infancia, de las flores y plantas que tanto amaba, de los animales.

A PESAR DE 'GIGI'

“A lo largo de su vida cada vez que su nombre era propuesto para algún honor oficial un coro de viejos protestaba”, escribe Thurman, quien constata que hoy en Francia todavía hay críticos y autores que le siguen negando el pan y la sal. “Ha habido una cierta condescendencia a la hora de valorar su figura. Se la asocia sobre todo a un relato tardío, ‘Gigi’, que fue una famosa obra de teatro [que dio a conocer a una debutante Audrey Hepburn] y luego una película musical, un divertimento atípico porque no hay amantes felices en sus obras. Y la persigue la mancha de la ligereza, de la frivolidad”. Con todo, la biógrafa está segura de este es un buen momento para su revalorización: “Hay que tener en cuenta que Missy, su amante, fue realmente un transexual y que ella circuló cien años atrás con total normalidad en una fluidez de género que en la actualidad los más jóvenes han hecho suya. Habrá que ver”.