En Cristo de nuevo crucificado, publicada en 1948 y ambientada en 1922, Nikos Kazantzakis (18831957) cuenta cómo en un pueblo perdido de Anatolia, Likóvrisi, cuando sus habitantes preparaban una representación dramatizada de la Pasión por Semana Santa, llegaba un grupo de refugiados huyendo de su ciudad, que había sido arrasada por el Ejército otomano. Los aldeanos les brindaron ayuda mientras el pope de la Iglesia y el Consejo de Ancianos se la negaron. La novela tiene una vigencia atroz. Es triste pensar que después de tantos años los problemas siguen siendo los mismos. No solo con los refugiados en Europa sino también con los inmigrantes de Latinoamérica. Y también las reacciones de la gente hoy son las mismas que cuenta Kazantzakis: el pueblo llano y humilde ayuda, se quita el bocado de la boca para compartirlo con los migrantes, y las autoridades y representantes de Dios, que se supone que deben tener un sentimiento más cristiano, les cierran las puertas y ponen muros, lamenta Selma Ancira, Premio Nacional de Traducción 2011 y autora de la primera versión al castellano directamente del original griego (ya había hecho lo propio con Zorba el Griego, otra obra maestra de Kazantzakis), que acaba de publicar Acantilado.

Coincide esta nueva traducción con la revisión, realizada en Club Editor por Pau Sabaté, de la catalana que hizo el editor y escritor Joan Sales en 1959, y que según su editora, Maria Bohigas, ayudó a reconstruir la literatura catalana bajo el franquismo, marcando a toda una generación. Aunque Sales no hizo su versión del original, sino a partir de la inglesa, la italiana, la francesa y la castellana, en la época se vendió la importante cantidad de 20.000 ejemplares y se reeditó nueve veces.

Matanzas vividas de niño

Kazantzakis nunca dejó de explorar la relación entre dominadores y dominados. Y la lucha por la libertad, inseparable para él de la sed de justicia, recorre toda su obra, señala Sabaté, traductor por primera vez al catalán de otra novela imprescindible del griego, L'última temptació de Crist (Adesiara 2017).

Los orígenes de esas ansias de justicia -que compartía con Sales, recuerda Bohigas- apuntan a la infancia del escritor en la Creta dominada aún por los turcos. De niño, explicaba en su autobiografía, vio encerrado en su casa, a su vecino turco, padre de una niña con la que él solía jugar, participar en una matanza de cristianos y cómo luego limpiaban en la fuente de la plaza los cuchillos manchados de sangre de otros vecinos. Aquellas masacres lo marcaron -apunta Ancira-. La crueldad del ser humano y la tristeza por ver al hombre perder la bondad está en todas sus novelas. En Zorba el griego, el protagonista dice: Antes me fijaba en si ese era griego o turco, ahora solo me fijo en si es o no buena persona".

Ayuda a griegos desplazados

Destaca Bohigas que fue un autor carnal, vitalista, políticamente inquieto en una Grecia ya entonces y como hoy, llena de refugiados, sometida a una gran inestabilidad. Era un pensador y un intelectual del Mediterráneo. Conocía de cerca Kazantzakis el drama del refugiado pues en 1919 ayudó a repatriar a 150.000 griegos desplazados y atrapados en el Cáucaso durante la Revolución rusa, que habían huido antes del genocidio otomano. Además de su dimensión humana y social, se sentía cerca de la revolución y de las guerras. Sus obras son un canto a la vanidad de la revolución y la guerra. Son marcos trágicos históricos en los que domina el vitalismo de los personajes, apunta la editora, que añade el empeño del autor, nueve veces nominado al Nobel de Literatura, en mostrar a la Iglesia como instrumento de poder hipócrita y al cristianismo como revolución. Solo gracias a la familia real griega evitó la excomulgación por el clero ortodoxo, que lo consideraba sacrílego.

La censura franquista

De ahí puede sorprender que la novela, en la traducción de Sales, pasara la censura franquista. La tesis fundamental de la obra me parece acertada y su lectura, para personas sólidamente formadas, puede ser provechosa, escribía en 1958 en su informe a Sales el censor, el jesuita Juan Roig, quien no vio objeción alguna en la ideología revolucionaria del texto y solo pidió que se suprimieran algunos párrafos de bastante crudeza en cuestiones sexuales, que ahora rescata la edición revisada de Club Editor. Sabaté también ha recuperado tres pasajes que se habían eliminado o modificado arbitrariamente en las cuatro traducciones en las que se había basado Sales y quitado escenas añadidas que no estaban en el original.

El lenguaje de Kazantzakis lo define Ancira en términos pictóricos: está escrita en claroscuros. Va del lenguaje cruel, despiadado, duro y cruento a otro de una finura y delicadeza que refleja luminosidad y esperanza. Te lleva de un extremo a otro constantemente. Por ello buscó esa cadencia, que hace que el lector pase de sentir un nudo en la garganta al alivio en el párrafo siguiente. Y, además del lenguaje muy vivo y espontáneo, que recalca Sabaté, la traductora cita otra característica clave. Era famoso por inventar palabras. Las buscas y no están en los diccionarios. Pero di con ellas viajando por Grecia y hablando con la gente y con especialistas, viendo cómo de unas palabras hacía otras.

Certificando su vigencia, quedan en el imaginario cinematográfico las versiones de La última tentación de Cristo de Martin Scorsese, el Zorba el griego que encarnó Anthony Quinn o el Cristo de nuevo crucificado que el cineasta Jules Dassin trocó en El que debe morir. Y su vida, que Yannis Smaragdis alumbró el año pasado en 'biopic': Kazantzakis.