Mucho antes de adquirir una respetabilidad autoral plena gracias a títulos como ‘Frantz’ (2016) y ‘En la casa’ -la ficción por la que ganó la Concha de Oro-, el francés François Ozon se dio a conocer gracias a psicodramas juguetones, lujuriosos y llenos de energía (homo)sexual como ‘Sitcom’ (1998) y ‘Amantes criminales’ (1999). Y a primera vista la película con la que este año compite de nuevo en el festival de San Sebastián, ‘Verano del 85’, puede parecer una vuelta a esos orígenes aunque en realidad es algo más extraño y complejo: una relectura metatextual del género que hace de la tosquedad narrativa una forma de sofisticación y convierte sus propios defectos en virtudes.

Al principio del relato, un chaval de 16 años que permanece bajo custodia acusado de un crimen indeterminado empieza a contarnos qué fue lo que lo puso en esa situación al tiempo que lo pone por escrito, y lo que viene después es una sucesión de 'flashbacks' que narran la evolución de su apasionado romance con un misterioso joven que acabó muerto. En el proceso, la película avanza cada vez más atropellada, melodramática y absurda, hasta tal punto que llega a bordear la autoparodia; y precisamente así es como tiene que ser porque, ¿de qué otra manera podría contar su historia un adolescente ingenuo que acaba de tener su primera experiencia con el romance, el sexo y el dolor de corazón?

EJERCICIO DE SUBJETIVIDAD NARRATIVA

Más que un relato iniciático o una intriga criminal, pues, 'Verano del 85' es un ejercicio de subjetividad narrativa, y el rigor con el que Ozon lo lleva a cabo hace que discutir sobre la película resulte bastante más gratificante que verla -por momentos, se hace francamente difícil soportar su amaneramiento y su exceso de romanticismo-, pero al mismo tiempo permite que cobren más fuerza sus reflexiones sobre la miopía juvenil que convierte cualquier emoción nueva en un asunto de vida o muerte. O sobre el poder terapéutico de la literatura.