La carta de un amigo escrita y fechada en 1993 que incomprensiblemente llegó a su domicilio de Barcelona (el último y quién sabe si el definitivo) en el 2015 con una dirección de Múnich donde ella vivía entonces, le sirvió a la escritora Stefanie Kremser para detenerse un momento en su nomadismo existencial y preguntarse quién era realmente. ¿La joven que entonces tenía que haber recibido la misiva? ¿La alemana que pasó sus primeros años en Bolivia, la primera juventud en Brasil y que decidió instalarse en Barcelona por amor? ¿La que acababa de pasar una larga temporada en Nueva York? ¿La que un día tuvo que abandonar la vocación de cineasta y ponerse a escribir en un idioma, el alemán, que era el de su familia pero hasta el momento no había sido exactamente el suyo? La respuesta a ese rompecabezas está en la ‘memoir’ ‘Si esta calle fuera mía’ (Entre ambos / Edicions de 1984 ), un intento de unir todos esos pedazos a partir de las 22 casas en las que ha vivido a lo largo de su vida (Paul Auster en su ‘Diario de invierno’ hizo algo parecido contabilizando 23 domicilios en sus 65 años de vida, así que Kremser a sus 52 años tiene todavía margen para ganarle el pulso al neoyorquino).

UN GRADO DE SEPARACIÓN CON HITLER

Empecemos por el principio, por el abuelo Kremser que se fue a Bolivia en busca de aventureras oportunidades. En el país latinoamericano fue de más a menos y, entre otras mil cosas, se ocupó de vender pasaportes, primero a los judíos que huían de Alemania y más tarde a los nazis que también acabaron ocultándose en aquellas tierras. “Mi abuelo fue partícipe de aquello, qué duda cabe, pero no de aquellas ideas políticas”, explica la autora. Hay inquietantes indicios que le unen a la gran Historia, a Adolf Hitler, por ejemplo, con apenas un grado de separación. Stefanie lo recuerda horrorizada. Tenía 14 años cuando su abuela le presentó al ‘Tío Klauss’, a quien todo el mundo consideraba “un luchador contra el comunismo” y que acabó revelándose para ella como el carnicero de Lyon, Klauss Barbie, cuando un año después lograron su extradición a Francia. “Me ha costado mucho escribir sobre ese episodio que me daba una vergüenza terrible. Pero me parece importante advertir de que no somos pequeñas piezas relacionadas con nuestro tiempo, pensamos que la Historia está ahí pero somos nosotros como individuos los que la ponemos en marcha”. Y al hilo de estos pensamientos, Kremser, en estos tiempos oscuros en los que el nazismo parece reverdecer, recuerda cómo recientemente el ministro de Cultura del Gobierno Bolsonaro en Brasil se dio el lujo de citar a Goebbels para hablar del arte brasileño.

En las escalas del viaje vital de la autora al encuentro de su yo disgregado tuvo también el descubrimiento de un secreto familiar que no desvelaremos aquí y el haber superado “milagrosamente” una enfermedad que presumiblemente la habría llevado a la tumba en unos años. Son algunas facetas más pero todas ellas la conforman. “He llegado a la conclusión de que no tener una tribu específica es mi verdadera identidad y de que es bueno que eso sea así. La sociedad cada vez te obliga más a que te decidas a decir quién eres y a mí me parece que la mayor libertad estriba en decir: no lo sé y no tengo la obligación de saberlo”.