Hace unos años, Quentin Tarantino anunció que dejaría de hacer cine tras completar su décima película. Quiere irse, aseguró, cuando aún esté en la cima, antes de verse enfrentado al declive que muchos directores experimentan con la edad. Y la ansiedad creativa que parece haber inspirado esa estrategia de retirada prematura es un elemento esencial del que es su noveno largometraje -asumiendo, como hace él, que 'Kill Bill' es una sola película, y pretendiendo que 'Four rooms' nunca existió-. 'Érase una vez en Hollywood', después de todo, no solo es una elegía por una época determinada de la cultura popular americana sino también, la reflexión de un autor que, 25 años después de impactar el mundo del cine como una aguja hipodérmica clavada directamente en el corazón, contempla su propia e inevitable obsolescencia.

Situada en 1969, transcurre en un gran momento de transición en la industria del entretenimiento, cuando el Nuevo Hollywood preparaba la ofensiva para destruir el viejo. Leonardo DiCaprio -en cuyo rostro aniñado, por cierto, empieza a asomar la mediana edad- encarna a Rick Dalton, un actor televisivo de renombre cuyos días de gloria parecen estar contados; de ser una persona real, Tarantino posiblemente habría intentado relanzar su carrera dándole un papel. Dalton pasa la mayor parte de sus días deambulando por la ciudad de Los Angeles con Cliff Booth, que es su doble en las escenas de acción, su chófer, su asistente personal, su compañero de borracheras y su único amigo. Lo interpreta Brad Pitt, que es exponente como DiCaprio de un tipo de estrellato en vías de extinción y que, aunque sigue luciendo insultantemente bello sin camiseta, está mayor.

Ambos suelen pasar el rato en la mansión de Dalton, que casualmente está pegada a la casa que Sharon Tate, tercer personaje protagonista de 'Érase una vez en Hollywood'. Tate, claro, fue asesinada en 1969 por la Familia Manson; en realidad, la actriz es conocida casi exclusivamente por las circunstancias de su muerte. Tarantino mantiene la sombra de la tragedia al acecho durante toda la película, dejando que las componentes de esa prole asesina pululen por los bordes de la historia hasta que llegue la hora, recordándonos que, ante todo, Tate era un hermoso ser humano. Así pues, la película oscila entre el mundo de un galán cuyo tiempo se agota y el de una joven promesa cuyo futuro brilla con fuerza, hasta que deja de hacerlo.

PENSAR EN LA VIDA

Al final de 'Érase una vez en Hollywood', pues, acaba corriendo la sangre; quienes conocen el cine de su director, eso sí, ya supondrán que no lo hace necesariamente de la forma esperada. En todo caso, lo más sorprendente de su narración no es eso sino la placidez y el sosiego con los que avanza entretanto, paseando entre neones y cócteles al borde de la piscina y barras de bar y 'sets' de rodaje. Es la película más relajada de Tarantino. También, ya puestos, la primera en mucho tiempo en la que se adentra en el mundo real. En su obra posterior a 'Jackie Brown' (1997), el de Tennessee se ha dedicado sobre todo a juguetear con las convenciones de géneros como el cine bélico, el de artes marciales, los wésterns y las épicas de samuráis, entre muchos otros. Y aunque el Hollywood de 'Érase una vez en Hollywood' tiene mucho de fantasía, por primera vez en su carrera el cineasta nos invita a pensar no solo en las películas sino también en la vida misma; en concreto, a reflexionar sobre cómo los iconos se crean y después se olvidan, y a compartir todo el respeto y la empatía que él mismo siente por los actores y actrices y por la relación que mantienen con su oficio, su reputación y su traicionera celebridad.

Tiene sentido que, desde su presentación en el pasado Festival de Cannes, la película haya sido aclamada por la crítica como una obra de madurez. En ella, es cierto, Tarantino sigue exhibiendo su fetichismo adolescente por los pies de mujer y su obsesión por citar referentes pop que casi nadie más conoce -aunque aquí, en todo caso, el contexto le otorga legitimidad para hacerlo-; pero sus personajes se dedican menos a hablar sin parar y más a pensar y, mientras los contempla, él derrocha una ternura, un cariño y una melancolía insólitos. Y eso por sí solo bastaría para explicar por qué es demasiado pronto para que se retire pero, a pesar de ello, cada vez parece haber más gente empeñada en proclamar que en el cine actual ya no hay sitio para él.

ENEMIGO

A decir verdad, a Tarantino los enemigos le venían de fábrica. Desde el principio hubo quienes dijeron que se limitaba a copiar ideas de otros y que lo criticaron por su abuso de la violencia, sin considerar su increíble creatividad a la hora de usar convenciones de género ni el hecho de que, nos guste o no, la violencia es parte esencial de la condición humana y por tanto algo de gran potencial dramático -y muy fotogénico-. Pero es ahora cuando esos detractores han dicho basta, basándose en la supuesta misoginia del director. En las últimas semanas han aparecido en la prensa artículos con títulos como 'Por qué ya es hora de cortar con Tarantino' o 'En Hollywood ya no hay sitio para la explotación de Tarantino'.

Harían falta varias páginas para detallar por qué los argumentos usados en ellos son equivocados en el mejor de los casos y una soberana estupidez en el peor, y hasta qué punto denotan una rotunda ignorancia del universo tarantiniano, el papel del arte y los peligros de la corrección política mal entendida. Pero, por otra parte, para qué molestarse? Es obvio que necesitamos a un director como él, capaz de romper todas las normas, de inspirar a sucesivas generaciones de artistas y de escribir algunos de los mejores diálogos de la historia de la ficción. Un director que entendió como nadie el enorme impacto que la cultura pop y el cine han tenido en nuestra forma de pensar y de vivir y que, probablemente gracias a eso, hace el tipo de películas que piden ser vistas una y otra vez. Por eso, aunque acaben siendo solo 10, contarán como muchas más.