El primer estereotipo distorsionado es el de Gerda Taro, esa novia de Robert Capa que lo acompañó a España en su primera expedición fotográfica, que aprendió de él los rudimentos del oficio pero que antes de forjar una carrera como fotoperiodista murió trágicamente en Brunete en 1937, convirtiéndose en una mártir del comunismo de fugaz memoria. Imagen superada ya gracias a trabajos como las biografías de Irma Schaber y François Maspero y a la revaloración de su obra tras el descubrimiento de los negativos de la maleta mexicana, hasta convertirla en un ejemplo más de las fotógrafas (y más en general, de las creadoras) eclipsadas a las sombras de sus colegas pero que merecen entrar en el canon de sus respectivas disciplinas.

Pero eso, el rescate de ese brevísimo año en los frentes de la guerra civil, tampoco le parece suficiente a la novelista italiana de origen alemán Helena Janeczek, que en su novela La chica de la Leica / La noia amb la Leica (Tusquets / Edicions 62) esquiva elusivamente los episodios míticos del personaje (su participación en el reportaje de la endiablada fotografía del miliciano caído, su relación con Capa y con otros grandes enviados a la guerra de España, su muerte bajo las cadenas de un carro blindado soviético a la fuga) para rescatar el pasado de la verdadera Gerta Pohorylle, y la creación de su personaje. Primero Robert Capa, la identidad que ella pergeñó y bajo la cual se ocultaban inicialmente tanto ella como el fotógrafo Endre Friedmann, y luego Gerda Taro.

Recorridos ya los senderos de la biografía por otros autores, Janecezek optó por la ficción, en un libro que le ha valido el prestigioso premio Strega. La narración llega desde tres puntos de vista externos, el de tres amigos previos a su conversión en fotógrafa comprometida que la recuerdan años después. Willy Chardack, Ruth Cerf y Georg Kuritzkes. Y tienen tanto protagonismo en lo relatado personajes no tan secundarios como los fotógrafos David Seymour y Fred Stein o el laboratorista Csiki Weisz como el propio Capa.

DESDE 1930 A SU MUERTE

Los nombres y lugares que se cruzan en su figura, el periodo que recorrió, la constelación de temas que la acompañan, hicieron que la viera como alguien que tiene las mismas coordenadas familiares que yo, pero antes de la guerra; hija de hebreos polacos que nace en Alemania, una persona que decide voluntariamente no interesarse por el judaísmo como una cuestión de identidad importante, explica Janeczek en su última visita a Barcelona.

De aquí en su interés por la trama biográfica, desde 1930 hasta que muere; qué convierte a una chica de la pequeña burguesía, frente al deseo de su familia de ascenso social, con novio rico y frecuentando los salones, en cosa de dos o tres años, en una chica comprometida, que consigue escapar de las prisiones nazis, pasar a Francia y acabar en España. Sin dejar de ser ni una cosa ni la otra: Si vemos las últimas fotos que conocemos de Gerda Taro, las que le hizo Capa mientras trabajaban juntos, la vemos con mono y alpargatas; pero 20 días antes de su muerte, en un noticiario soviético sobre la inauguración del congreso de intelectuales en València se la va fotografiando con una elegancia natural que encontré bellísima; es una persona que cambia y sigue siendo ella misma.

Como narradora, además de la segunda guerra mundial, a Janeczek una de las cosas que siempre le ha fascinado es la relación entre realidad y ficción. Nada para ello como la historia de Capa y Taro. Cómo con su compañero pudieron inventarse un nombre, inventar una historia en torno a este, como en un sueño de Hollywood, y al mismo tiempo ir a España para denunciar lo que sucedía con unas imágenes con las que hemos crecido; para retener al mismo tiempo el aspecto de documento y el de invención me parecía que la única forma era hacer una novela, pero una novela muy cuidadosamente basada en los documentos, concluye.

Y la fotografía del miliciano? Un lío, digno de una novela negra, confiesa Janeczek, desbordada por las ramificaciones de la historia. El hecho de que sus fotos hayan sido olvidadas tiene que ver por supuesto con la sombra fama de Robert Capa pero también con el hecho de que no tuviera herederos que defendiesen su figura, porque su familia fue totalmente exterminada durante la Shoah, y con el grandísimo lío de las fotografías que se conservaran, algo que la afecta no solo a ella sino también a muchas fotografías de David Seymour que muy a menudo se atribuyen a Capa. También la fotografía de la miliciana del hotel Colón, de Hans Gutmann, se atribuye a veces a Capa, que es una leyenda admite la escritora- que absorbe todas la otras fotografías icónicas de la guerra civil española. Ha sido un trabajo muy complicado el de reconstruir su corpus y hacer emerger su figura, cosa que ha facilitó el hallazgo de la maleta mexicana,

El libro gira en gran parte en torno a las fotografías que Fred Stein y algún otro fotógrafo anónimo hicieron de la Taro bohemia en París. Qué opina de aquella imagen que resurgió recientemente, con el cuerpo de Taro tras su muerte? Si la hubiese conocido no hubiese querido introducirla en el libro, porque es exactamente el contrario de lo que quise hacer, es ciertamente una mujer que murió de forma trágica pero no me centro en su muerte sino en el hecho de que siga estando viva para quienes la amaron, responde.