Si Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) estaba en lo cierto al principio de ‘Origen’ cuando aseguró que una idea es más resistente que un virus, entonces ‘Tenet’ es justo lo que necesitamos para superar la pandemia. Porque la undécima película de Christopher Nolan, como las otras diez, rebosa ideas. A lo largo de su carrera el británico se ha dedicado a reformular las posibilidades de los géneros populares -la ciencia-ficción, el 'thriller', las historias de superhéroes, el cine bélico- y su capacidad de impacto sobre el espectador, tanto a través de tramas descabelladas -un espía que atraca mentes inconscientes- o explorando las complejidades de la física cuántica como convirtiendo el entretenimiento en una colección de cuestiones éticas. ‘Memento’ no habla solo de un hombre con amnesia, sino sobre todo de la moralidad de la venganza. La trilogía del Caballero Oscuro no es la historia de un hombre-murciélago, sino un paseo por el territorio que separa la anarquía del fascismo.

Las películas de Nolan, en otras palabras, son a la vez 'blockbusters' y obras de culto, y eso es lo que hace de él una figura tan singular en Hollywood. Sus ficciones permiten a la cinefilia disfrutar del cine de acción y empujan al espectador de multicine a sumergirse en mundos oníricos nidificados; y en el proceso muestran ciudades que se pliegan sobre sí mismas, frenéticas batallas aéreas e imágenes de agujeros de gusano y, en general, el tipo de espectáculo que exige ser contemplado a través de una pantalla lo más grande posible.

TRANSFORMAR EL PASADO

En el centro de esas historias, eso sí, hay seres humanos, que casi siempre viven atormentados por su pasado y tratan desesperadamente de cambiarlo a pesar de que eso es -casi siempre- imposible por dos motivos: en primer lugar porque los recuerdos, que son lo que dan forma a lo que entendemos como realidad, son manipulables y corrompibles; y en segundo porque, en el cine de Nolan, el tiempo no es de fiar en tanto que se distorsiona, se disloca, se invierte y se congela, y puede fundir pasado, presente y futuro en un instante único. ‘Origen’ transcurre en cinco niveles narrativos superpuestos, y en cada uno de ellos el tiempo se mueve más lento que en el inmediatamente superior. ‘Dunquerque’ hace que tres perspectivas distintas, respectivamente prolongadas a lo largo de una semana, un día y una hora, se fundan en un instante único. ‘El truco final’ se desarrolla a través de 'flashbacks' metidos dentro de 'flashbacks' cuyo objetivo, como el de todo buen número de magia, es pillar al espectador a contrapie. ‘Interestellar’ ubica su clímax dentro de un teseracto en el que un astronauta accede a una quinta dimensión para mandar mensajes a su hija, separada por décadas y galaxias. ‘Memento’, por su parte, ofrece un desenlace que en realidad es su principio, porque su línea narrativa principal avanza hacia atrás; y en ese sentido conecta con ‘Tenet’, cuyo héroe transita un tiempo invertido. Es lógico que el título sea un palíndromo.

Por todo eso, y por su querencia a las narraciones no lineales -ya empezó a recurrir a ellas en su ópera prima, ‘Following’ (1998)-, las películas de Nolan exigen varios visionados para ser asimiladas y reinterpretadas; hay quien dice que en parte es por eso que funcionan tan bien en taquilla. Y a menudo generan largas conversaciones, y teorías tan complejas que, a su lado, ‘En busca del tiempo perdido’ parece el manual de instrucciones de una freidora. Por supuesto, no todas esas reacciones son elogiosas. Entre otras cosas, al británico se le suele achacar que sus películas son frías y cerebrales pese a que en su mayoría hablan de la pérdida de esposas, padres e hijos; que sufren un exceso de seriedad y un déficit de sensualidad; que son maquinarias de precisión pero carecen de alma. Pero, ¿es razonable achacarle eso a un cine tan obviamente personal?

MISIÓN IMPOSIBLE

Después de todo, Nolan cuenta historias sobre hombres obsesivos e inmersos en misiones imposibles -salvar Gotham, encontrar un nuevo hogar para la humanidad, evitar la Tercera Guerra Mundial- que, cada uno a su manera, reflejan las propias obsesiones de un director para quien hacer cine es una cruzada. Primero se propuso demostrar que un ‘blockbuster’ puede tener más cerebro que presupuesto, después convirtió el secretismo en una forma de arte, y lleva tiempo erigido en uno de los activistas más militantes en pos de la experiencia cinematográfica tradicional, en defensor a ultranza del celuloide frente a lo digital y de las salas oscuras llenas de gente frente al ‘streaming’. Y por eso tiene sentido que, ahora que los cines atraviesan su peor momento, sea una película suya la que acude a su auxilio.