El debut en la plaza de toros de València de la ganadería castellonense de Daniel Ramos había generado cierta expectación. Una divisa castellonense, prácticamente en ciernes, asumía el gran reto de pasar el fielato de una plaza de primera, con las exigencias que lleva implícitas. Toda una responsabilidad para un ganadero valiente donde los haya, que venía a revalidar los muchos éxitos en otros cosos de menor rango.

Se dejaron ver en los tendidos

-con buena entrada, por cierto-, aficionados de la provincia y de su Borriol del alma. Sus familiares y amigos, no podían faltar sus fieles compañeros del Círculo Taurino, le arroparon en una cita de tanta responsabilidad y seguramente, compartieron y sufrieron tanto como él una tarde que no fue como se esperaba. Un examen del que seguramente no salió nada contento el propio ganadero, que después de invertir tanta ilusión y esfuerzo en esa búsqueda del toro ideal que tiene en mente, los caprichos de la naturaleza quisieron darle la espalda en día tan señalado. A veces el toreo tiene estos sinsabores.

Eso sí, para el recuerdo se puede llevar la gran ovación que le tributaron al galán que hizo segundo de la tarde cuando salió de toriles encampanado y alegre, un colorado punto chorreado en verdugo que fue a la postre el animal más completo del encierro.

Tuvo transmisión el eral de Ramos, que respondía mejor cuando más abajo y largo rompía el muletazo. Tuvo enfrente a un joven con ganas de ser torero y mucha disposición: Jordi San José, con un concepto de entrega muy mediterráneo que, como es evidente, conectó con el festivo público valenciano. Su toreo desatado tuvo la recompensa de la oreja. Frente a él, Miguel Polope, también valenciano como Jordi.

Ambos con la misma formación en la Escuela Taurina de la capital, son, sin embargo, tan distantes como distintos en concepto y forma. El toreo arrebatado y descarado de San José frente a la solemnidad y ortodoxia de Polope, que es de los toreros que de vez en cuando te dan un pellizo al alma, como es quite por chicuelinas al novillo en cuestión de su compañero. Dejó con ganas de poderlo disfrutar frente a un novillo de mayor poder, puesto que el suyo, un dechado de nobleza que exigió sutileza y buen trato, pecó de endeble. La gran estocada entrando a matar recto como una vela dejó en sus manos una oreja. València puede y debe ilusionarse con estos dos jóvenes que encajan a la perfección con los gustos de esta plaza.

Del resto de la novillada, poco más que destacar. A su disparidad en la presentación se le añadió un juego poco habitual en la divisa naranja y azul que no se lo puso nada fácil a los jóvenes novilleros. Primero y sexto acabaron rehusando la pelea y buscaron el abrigo de tablas. El cuarto embistió con disparo pero desentendido, imposibilitando la ligazón, mientras que el quinto se movió pero sin decir mucho y con algún derrote feo. Detalles que, seguramente, la cabeza inquieta del ganadero ya sepa cómo corregir.