Son tres ‘damas negras’. Sus libros se venden por millones. Cada una presenta nueva entrega de sus sagas protagonizadas, todas, por mujeres fuertes y madres, casi sus álter ego. Los tres relatos miran al pasado para desentrañar los crímenes del presente. Y, comunes a las tres historias, aparecen temas como los abusos y el maltrato a mujeres y los menores como víctimas. Porque todas las autoras opinan que la novela negra pone el foco en las injusticias y ayuda a reflexionar sobre los males que aquejan a la sociedad. La sueca Camilla Läckberg regresa con ‘La bruja’ (Maeva / Amsterdam), décima entrega de la serie ambientada en su Fjällbacka natal, donde además de remontarse a la caza de brujas en el siglo XVII, denuncia el trato a los inmigrantes. La periodista británica Fiona Barton lanza ‘La madre’ (Planeta / Columna) tras el éxito de ‘La viuda’ y profundiza en el robo de niños y cómo los padres afrontan la desaparición de un hijo. Y la irlandesa Patricia Gibney se presenta en España con ‘Los niños desaparecidos’ (Principal de los Libros), investigando la lacra de la pederastia en la Iglesia de su país.

CAMILLA LÄCKBERG: la caza de brujas, ayer y hoy

Para Camilla Läckberg (Fjällbacka, 1974) matar a un niño “es el peor crimen. Quien lo comete no se merece nada, ha cruzado una frontera que el ser humano no debe pasar”. En ‘La bruja’ (Maeva / Amsterdam), una niña de 4 años aparece asesinada en el mismo lugar donde tres décadas antes fue assinada otra menor, un crimen del que fueron acusadas dos preadolescentes de 13, que nunca pisaron la cárcel. La autora sueca se remonta además al siglo XVII, donde en la misma zona hubo una cruenta caza de brujas, “porque para juzgar el presente debemos mirar lo que ocurrió en el pasado”. Para ello, reivindica a aquellas llamadas brujas, “que fueron perseguidas porque decían que tenían poderes sobrenaturales cuando su pecado era ser mujeres fuertes, inteligentes, independientes. Se las quemó porque no encajaban en la norma sobre cómo debían vivir y comportarse las mujeres”.

‘La bruja’, décima entrega protagonizada por la escritora Erica Falck y su marido, el policía Patrik Hedström (el primer marido de Läckberg lo era), una serie con más de 25 millones de libros vendidos en 50 países, se inspiró en parte en el caso real de la hoy escritora Anne Perry, que Peter Jackson llevó al cine en ‘Criaturas celestiales’, con Kate Winslet. “Siendo niñas, ella y su amiga mataron a la madre de esta. La ataron y la pegaron hasta que murió. No sé si los niños pueden nacer malvados. Un filósofo decía que el mal es la ausencia del bien. Se afirma que en la población hay un 0,5% de psicópatas, gente que no sabe lo que es la empatía. Algunos niños pueden serlo. Pero creo que hay que tener en cuenta no solo la genética sino también el entorno en que se cría y en que vive”, argumenta Läckberg, que participó el miércoles en Madrid en la presentación del festival Getafe Negro (que empieza este lunes).

Cuando empezó a investigar sobre la caza de brujas, la autora de ‘La princesa de hielo’ se dio cuenta de que “nada ha cambiado”. “Hoy a las mujeres que no viven según las normas de la sociedad ya no se las quema en la hoguera pero se las castiga en las redes sociales o con cotilleos que arruinan su reputación. A mí me ha pasado. Cuando hace cinco años conocí a mi actual marido, que tiene 13 menos que yo, pensé que no llamaría la atención porque a mi alrededor veo a muchos hombres con parejas mucho más jóvenes que ellos. Pero durante dos años las revistas solo escribían artículos sobre eso, la gente me decía cosas horribles en internet”. También recibió críticas en su país por su forma de vivir la maternidad, que su protagonista emula. “Erica es igual que yo, no la idealiza. Yo nunca quise ser madre a tiempo completo. Me habría muerto de aburrimiento si a la vez no hubiera trabajado. Siempre llevé a mis hijos conmigo si tenía que viajar. Es bueno para ellos que no solo vean en mí a su madre sino a la persona que soy. Sé que soy una buena madre y decían que era una madre terrible”.

Camilla Läckberg, el pasado jueves en Madrid / JOSÉ LUIS ROCA

Läckberg es tajante defensora de “los castigos ejemplares”. “La gente debe tener miedo a las consecuencias de sus crímenes. Creo que somos algo inocentes al pensar que la rehabilitación funciona”. Escribió ‘La bruja’ antes del MeToo. “Ha sido una pequeña revolución que ha cambiado cosas. Las personas empiezan a pensar en cómo se comportan y los hombres tienen más miedo. Eso es bueno”. Sin embargo, en la novela, como en la sociedad sueca, el abuso y el maltrato a las mujeres “sigue siendo un problema”. “Lo peor es que aún es un estigma y muchas mujeres no lo denuncian porque se sienten culpables y les da vergüenza. Y si denuncian, la policía no tiene recursos suficientes y acaban soltando al maltratador”.

Quienes también sufren una caza de brujas en Suecia son los inmigrantes, situación que refleja la novela a través de Karim, periodista huido de Siria, o de Khalil, cuya familia murió bombardeada. “Estamos repitiendo las mismas cosas que pasaron en Alemania en los años 30, solo que ahora el enemigo no son los judíos sino la comunidad musulmana”, alerta. “Parece que el ser humano necesite siempre una cabeza de turco a la que culpar. Parece que los inmigrantes tienen la culpa de que te quedes sin trabajo, de si la economía va mal... de todo. Pero la inmensa mayoría se adaptan, contribuyen a la sociedad y hacen los trabajos que los suecos no quieren: cuidan a enfermos y mayores, conducen taxis, abren tiendas de 24 horas... pero la gente no los ve porque son invisibles. Y yo quise dar la voz y poner cara a estos inmigrantes. Porque a la gente le asusta lo que no conoce”.

Lamenta la escritora el auge de la extrema derecha. “Trump está alimentando ese fuego. Los políticos como él le dan a la gente respuestas fáciles a preguntas difíciles, les dicen lo que quieren escuchar: ‘Vamos a hacer grande América otra vez, no queremos a los inmigrantes’. ¡Pero si América es un país de inmigrantes!”.

FIONA BARTON: Empatía periodística

Durante años periodista de raza y ahora escritora a tiempo completo, a la británica Fiona Barton (Cambridge, 1957) se le quedó grabada la imagen de un bebé enterrado envuelto en una bolsa de plástico. “Era una noticia que recorté del periódico y guardé en el bolso -como hace habitualmente su protagonista y álter ego, Kate Waters-. Quería saber quién lo mató, cuán desesperado hay que estar para hacerlo. Ese caso se resolvió pronto, fue la madre, y hallaron otros pequeños cuerpos. El asesinato de un niño es un crimen imperdonable, no hay excusa ni perdón para el culpable. Los niños son lo más precioso que hay. Y nos hacen vulnerables. Cuando era una madre joven me preocupaba que a mis hijos les pasara algo. Hoy están en la treintena y me preocupo igual”.

Tras su celebrada ‘La viuda’, Barton ha presentado ‘La madre’ (Planeta / Columna), que ya publica en 30 países. En ella, un bebé robado de un hospital en los 70 aparece en el 2012 en unas obras, pero la policía concluye que fue enterrado en los 80. Como periodista de sucesos habló con muchas mujeres que por una razón u otra habían perdido a sus hijos, y su reportera, Kate, hereda sus “trucos y estratagemas”. “Necesitas sentir empatía con los entrevistados para luego escribir sobre ello pero no puedes llorar ante ellos por ganas que tengas. Intentas que se sientan relajados y tranquilos para que confíen en ti y se abran y te cuenten sus historias”.

Pero Kate toma algunas decisiones que ella nunca habría tomado, admite, ante el peligro de traicionar la confianza del entrevistado. Y pone un ejemplo: “Cubrí la historia de una pareja que había pasado bastante tiempo secuestrada en Chechenia. En una pausa, ante un café, ella me contó que la habían violado. No se lo había dicho a nadie más. Habría sido muy fácil para mí publicarlo pero sabía que eso podía arruinarle la vida. Le aconsejé que hablara con su marido, que no lo escribiría sin su permiso. Me lo dieron. Debemos ser responsables para no destruir vidas”.

Barton, Premio Nacional de la prensa en Inglaterra, cubrió en su día el caso de la desaparición de la pequeña Madeleine McCann. En ‘La madre’ la periodista que investiga el caso necesita esa empatía para hablar con los padres del bebé robado. “Una desaparición es como una pena de muerte, no hay fecha límite para el fin del dolor. Intentas ponerte en la piel de los padres. Les dicen que deben continuar con sus vidas, pero ¿cómo llevar una vida normal cuando tu hijo ha desaparecido y no sabes cómo?”.

Fiona Barton, el pasado miércoles en Madrid / JOSÉ LUIS ROCA

Barton tejió la trama antes del MeToo. Que la novela hable también de abuso sexual fue coincidencia. “El silencio alrededor del acoso se ha roto. Creo que antes las mujeres no nos habíamos dado cuenta de cuán común era, por ello es muy bueno que se haya arrojado luz sobre el abuso”. Sobre las polémicas decisiones de la justicia en casos de violación opina que “el problema está en que el sistema judicial está en manos de una generación mayor que viene de una cultura antigua”. Y, añade: “Que tengamos políticos y presidentes como Trump que dice que le gusta coger a las mujeres por el coño”.

Los secretos planean sobre la novela. “Como periodista he conocido a personas capaces de matar para proteger sus secretos. La mayoría de la gente no, pero sí está dispuesta a mentir para mantenerlos ocultos. Todo el mundo miente en Facebook. En la red somos más felices, más delgados, más guapos... ¿Por qué mentimos en Facebook? Porque podemos. Hoy es más fácil esconder la verdad y mostrarnos como queremos que nos vean. Eso es peligroso, sobre todo para los jóvenes. Parece que nadie esté satisfecho ni con quién es ni con su aspecto. Y en internet somos constantemente juzgados por extraños que nos exigen ser perfectos. Y nadie es perfecto”.

Como reportera veterana, el personaje de Kate sirve a la autora para trazar una certera radiografía de la profesión hoy. “Es el fin del periodismo tal como lo conocíamos. Se plantean problemas como el aumento del digital sin el rigor de los contenidos del papel, la necesidad de verificar las noticias, las ‘fake news’, las siniestras plataformas que propagan noticias falsas, el sacar noticias de forma constante...”.

A Kate le asignan a un inocente becario mientras despiden a uno de sus colegas, poco mayor que ella. “Hoy los periódicos contratan a periodistas jóvenes sin formación suficiente que manejan bien lo digital. Me temo que les usan como mano de obra barata. Pero tienen dos defectos: no verifican los hechos y no saben escribir. Por ello la calidad ha bajado. Debe haber un relevo generacional pero también veteranos para formarles adecuadamente”. “La gente cada vez es menos tolerante con las ‘fake news’ y para combatirlas el periodismo es hoy más importante que nunca”, concluye Barton, antes de recordar que “muchos periodistas están dispuestos a morir por hacer oír su voz”. Algunos de los que conoció mientras fue voluntaria en una oenegé formando reporteros en países como Sri Lanka, Zimbabue o Suráfrica “estaban seguros de que los iban a matar”. Y en algunos casos “así fue”.

PATRICIA GIBNEY: La lacra de la pederastia en la Iglesia

A la irlandesa Patricia Gibney fue la escena de unos niños en la ventana de un orfanato, que “parecían pedirme que contara su historia de abusos”, la que le hizo dar la vuelta a la trama inicial -de corrupción en el gobierno local- de 'Los niños desaparecidos’ (Principal de los Libros). En la novela, que en pocos meses vendió un millón de ejemplares en el mercado anglosajón y que empezó casi como terapia para superar la muerte de su esposo de cáncer en el 2009, los niños son víctimas de abusos y crímenes a manos de sacerdotes católicos pero también lo son los bebés robados a madres adolescentes y dados en adopción.

Para mucha gente en la sociedad irlandesa, de tradición profundamente católica, “conocer los casos de abusos de curas pederastas que han ido saliendo a la luz en los últimos años y que se han ocultado durante tanto tiempo provocó dolor y conmoción, fue un ‘shock’”, constata Gibney durante su reciente visita a Barcelona.

La novela, cuyos derechos se han vendido a 14 países, denuncia tanto los abusos a niños en instituciones de la Iglesia como la práctica de “obligar a jóvenes madres solteras a separarse de sus hijos vendiéndolos con papeles falsos a padres adoptivos”, hechos que en la ficción se remontan a los años 70 y cuyas consecuencias llegan hasta hoy. “Aquellas chicas sentían vergüenza, sus familias se avergonzaban de ellas y ‘solventaban el problema’ llevándolas a esos centros religiosos. Muchas de ellas eran luego forzadas a trabajar allí”, añade, sabedora de los casos de niños robados del franquismo. La autora desconoce sin embargo el ‘caso Maristas’, aunque lamenta que sea una lacra tan “globalizada”.

Su protagonista es la policía Lottie Parker (con la que ya lleva cuatro títulos) y, como Gibney, es viuda y tiene tres hijos. “El hecho de crearla cuando intentaba superar la pérdida de mi marido hizo que se pareciera a mí. Ahora ha quedado un 30% de mi personalidad en ella”, cifra esta lectora de autores como Lee Child y Harlan Coben.

Patricia Gibney, en su reciente visita a Barcelona / RICARD CUGAT

Opina Gibney que “la impunidad de estos culpables de abusos, el saber que podían huir sin ser castigados, les impulsó a seguir cometiéndolos. De ahí un personaje que está dispuesto a matar por mantenerlos ocultos”. “Lo que hizo la Iglesia ante las denuncias fue trasladar a esos curas pederastas de una parroquia a otra -añade-. Eso no hizo más que extender la tragedia a más víctimas. Actuaron así durante años. Y creo que son las capas altas de la Iglesia las que deben frenar esta lacra. Hay sacerdotes que han ido a prisión; el cura del caso Wexford, my conocido en Irlanda, se suicidió antes de llegar a juicio”.

“La Iglesia debe pedir perdón. No hacerlo hace que la fe en la institución se tambalee, como me ha pasado a mí, que soy creyente y vengo de familia católica que va a misa los domingos. Yo sentía respeto por la Iglesia y sus curas pero esos casos me provocaron dudas y un conflicto interno”, confiesa Gibney.

Los casos de abusos han pasado factura a la Iglesia, opina. “Solo hay que fijarse en que cuando el entonces papa Juan Pablo II visitó Irlanda en 1979 millones de personas siguieron la misa que celebró. Pero el pasado agosto, cuando el papa Francisco vino al país, se esperaba congregar a medio millón y solo acudieron 130.000 personas. La sociedad ha cambiado”.