Cabizbajo abandonó ayer Varea la plaza de toros de Teruel al no honrar como él hubiese querido, a hombros, al compañero Víctor Barrio, caído mortalmente herido hace un año en esta misma plaza. La Feria del Ángel es toda un homenaje a él, como lo fue el vestido azabache de Varea en señal de duelo o sus pinceladas de arte aisladas frente a su primer toro. Los brindis al cielo, la frustración por no encontrar una luz triunfal... todo tenía un significado especial: Víctor Barrio.

No comenzó del todo mal la tarde. Al toreo de categoría y profundo de Paco Ureña frente al segundo, le siguieron los detalles pintureros y aflamencados del toreo de Varea. Pero a partir de la segunda parte, el festejo se contaminó del ambiente desapacible de una tarde destemplada, ventosa y lluviosa, muy desabrida como los tres toros últimos. Aguantó el público, mucho mérito el suyo, una parte final tediosa.

En el recuerdo, la faena de Ureña incomprensiblemente desatendida por un palco cicatero, y la pinturería de Varea al tercero. A ese toro, de Julio de la Puerta, lo recibió con largas cambiadas en el tercio, para seguir después con esa manera tan deliciosa de manejar el capote, intercalando alguna chicuelina marca de la casa, amorantada por esa manera de enroscarse el toro a la cadera. Inició la faena de muleta de hinojos, destapando al público sus intenciones. Salió con mucha disposición y ganas el coleta. El de Julio de la Puerta tuvo nobleza, pero le faltó raza y empuje para seguir la templada pañosa del de Almassora. Hubo momentos aislados en los que hizo gala de un toreo profundo, pero ausente de una rotundidad y continuidad condicionadas por el toro. La espada además, le impidió rematar la faena. Pinchó pero cuando hundió el estoque, lo hizo en todo lo alto. Quizá sea una premonición y le haya encontrado el sitio a ese talón de Aquiles.

DIFÍCIL // La faena al toro que cerró plaza estuvo ausente de argumentos, condicionada por una embestida anodina, desrazada y sin entrega. Toro deslucido, con más movilidad que clase y que nunca cogió la franela con verdadera bravura. No era el burel ideal para que el de Almassora destapara su tarro de las esencias, así que no tuvo más opciones que justificarse con dignidad. Antes de amarrar una estocada arriba, pinchó con el acero.

Abrió cartel Juan José Padilla, al que no se le vio a gusto con un lote áspero y parado. El resultado fue el siguiente: Toros de Julio de la Puerta, deslucidos, para Juan José Padilla: algunas protestas y silencio; Paco Ureña: vuelta al ruedo tras aviso y silencio; y Varea: palmas y silencio tras aviso. Entrada: Media plaza.