Una cena curiosa, diferente y llena de retos. Los invitados, un montón de idiotas, reunidos expresamente para demostrar quién es más idiota que el resto de invitados idiotas a esa extraña cena. Una idiotez de velada que es ya un clásico de la comedia, y que llega al Auditori Municipal Music Rafael Beltrán Moner de Vila-real el 11 de febrero.

El sopar dels idiotes, una versión en valenciano de un éxito teatral imparable desde que Francis Veber, su autor, la estrenó en 1993 en Francia, y que además ha contado con su propia versión cinematográfica. Un clásico del teatro universal que se ha adaptado mil veces y que se podrá descubrir en la apertura del trimestre teatral febrero-abril del recinto de la avenida de la Murà en una única función a las 20.30 horas.

Una obra divertida y sorprendentemente humana, producida por Olympia Metropolitana, y que cuenta con la participación de personajes autóctonos con humor valenciano y actores de la tierra, como Josep Manel Casany, Ferran Gadea, Alfred Picó o Rosana del Carpio, en la versión traducida de Juli Disla de la adaptación en español de Josema Yuste, y que ha triunfado recientemente en el mismo Teatro Olympia de Valencia varias semanas.

¿Por qué del secreto del éxito de esta desternillante comedia? Porque los personajes tienen más fondo de lo que se pueda pensar, y que evolucionan de manera inteligente desde el estereotipo inicial de idiotas o triunfadores, hasta convertirse en el personaje opuesto, intercambiando la percepción que de ellos tiene el público. Aunque, con tanto giro que da la historia, es muy posible que el propio público perciba, en realidad, que cada cual tiene su propia parte de idiota, que convive en armonía con su interior e inteligencia, pero que, de vez en cuando, sale a la luz.

LA ESTUPIDEZ HUMANA // El sopar dels idiotes es un vodevil actualizado repleto de insensibilidad, esnobismo y estupidez humana (que de esta hay mucha, tanto dentro como fuera de la representación) e incluso de frikismo (espectaculares las continuas referencias a las maquetas de grandes monumentos construidas por el idiota y los nombres o títulos que este les pone), regado en su trama final por unos gramos de moralina que hacen reflexionar sobre quién es verdaderamente más idiota, el que se lo hace o el que cree que no lo es, una continua metáfora sobre egos y las apariencias, sobre la transparencia y hacerse el gallego.