Hubo un tiempo, en los años 80 y 90, en el que el cine miraba a la televisión como material argumental y se sucedieron las adaptaciones de series icónicas de la edad de oro de la televisión estadounidense y británica como 'El fugitivo', 'Los intocables', 'Los vengadores', 'Misión: imposible', 'Maverick' y 'Twilight zone'. En los últimos años se ha producido el procedimiento inverso: ahora son películas como 'Fargo', 'The girlfriend experience', 'Psicosis' que alumbró la teleserie 'Bates motel' o la francesa 'Les revenants' las que son adaptadas a la cadencia propia de la ficción catódica por entregas.

'Westworld' es otro caso sintomático de esta relación de ida y vuelta entre los dos medios, cada vez más condenados a entenderse. La serie creada en el 2016 por Lisa Joy y Jonathan Nolan, hermano del director de 'Origen' y 'Dunkerque', y producida junto a J. J. Abrams, se basa en la película homónima realizada en 1973 por Michael Crichton, a partir de una de sus novelas, y estrenada entre nosotros como 'Almas de metal'. Es un cruce de wéstern y ciencia ficción ambientado en un gigantesco parque temático con una zona dedicada al lejano Oeste, otra a la Roma imperial y una tercera a la violenta Europa medieval. Nolan se ha centrado solo en el parque wéstern y ha expandido, y de qué manera, las ideas vertidas por Crichton en su menos trascendente relato.

El lunes comienza en HBO la tercera temporada de esta serie que ha mutado poco a poco hacia temas y espacios mucho más elaborados, a veces difíciles de seguir. Ya lo era la primera temporada, que se distanciaba rápido del original de Crichton para adentrarse por vericuetos más dignos de la prosa cibernética de Philip K. Dick: ¿quién soy realmente? se cuestionan los seres creados por la alta tecnología para satisfacer los deseos de aventura, violencia y sexo de los acaudalados asistentes al parque temático.

No estamos lejos de las dudas metafísicas de los replicantes de 'Blade runner'. La segunda temporada incidió más en ello a través de su personaje central, Dolores (Evan Rachel Wood), un robot que toma conciencia, se plantea preguntas, quiere respuestas y lidera la revuelta. Los bucles temporales tienen en esta tercera entrega un tratamiento distinto, así como la diferencia/disputa entre los huéspedes (los humanos dispuestos a pasárselo bien en el parque) y los anfitriones (los replicantes electrónicos que se han hartado de ser humillados y manipulados). El único límite para los huéspedes era su imaginación. Pero esta imaginación ya la poseen también los anfitriones.

En los dos capítulos finales de la anterior temporada dejamos a los anfitriones cruzando una imaginaria puerta en las vasta pradera que les permitía entrar en otra dimensión. Dejamos a Bernard (Jeffrey Wright), el cerebro del parque Delos, dotando de una entidad física nueva a Dolores, y al Hombre de Negro (Ed Harris) con sus dudas entre la mortalidad y la imaginación: Si sigues fingiendo, no vas a recordar quién eres, le había dicho su esposa antes de quitarse la vida. Los humanos no pueden cambiar, son tan solo un breve algoritmo. Lo único real es aquello que es irremplazable.

Narrativas y falsas realidades aparecen multiplicadas en esta tercera entrega, en la que se sigue cuestionando de forma permanente cada realidad. Nolan y Abrams, que ya habían trabajado juntos en 'Persons of interest', se alejan del parque temático central. Se vive tanto como una persona te recuerda, había dicho Dolores, así que vivencias y recuerdos se confunden en distintos niveles de realidad, lo que propicia giros constantes.

La nueva temporada empieza en un Neo-Los Ángeles futuro de automóviles transparentes y belleza nocturna. Visualmente, la serie resulta más sofisticada y tecnológica. Se suma un nuevo personaje, el encarnado por Aaron Paul ('Breaking bad'), un tipo que trabaja en la construcción junto a un gran robot y frecuenta personajes turbios, y que será fundamental en las nuevas peripecias revolucionarias de Dolores. Los tiempos y épocas se introducen unos dentro de otros: dos largas secuencias en la Italia ocupada por los nazis donde Maeve (Thandie Newton) se sorprende hablando en italiano, llamándose Isabelle y ayudando a los partisanos; las peripecias de Bernard en el sur de China para esclarecer los múltiples enigmas generados por su propia conducta; el regreso de Maeve al laboratorio de Delos donde se originó todo, con los cadáveres de los anfitriones esparcidos por los suelos prestos a ser reparados; el delirio del Hombre de Negro que evoca en su casa completamente destrozada la noche del suicidio de su mujer y la aparición de la hija ensangrentada a la que mató. Cada vez más lejos de Crichton y más cerca de los mecanismos mentales de Jonathan Nolan.