La calabaza es el fruto de la calabacera, que pertenece a la familia de las cucurbitáceas. Originariamente se cultivaba para el aprovechamiento de sus semillas más que para ser consumida como hortaliza. Pero esta costumbre fue desapareciendo a medida que surgieron variedades con más pulpa y sabor más afrutado.

El consumo de la calabaza se extendió desde Asia hasta América Central y, a partir de allí, llegó tanto al sur como al norte de este continente. Sin embargo, no fue hasta el siglo XV cuando los españoles introdujeron la calabaza en Europa, donde se propagó en mayor medida por los países de clima más cálido.

Las principales variedades de calabaza son la de verano y la de invierno. La de verano es de piel clara y fina con semillas blandas. Tiene un periodo corto de conservación. Por su lado, la de invierno es más dulce, pero más seca, con menos agua y piel más gruesa.

El componente principal de la calabaza es el agua, lo que, unido a su bajo contenido en hidratos de carbono y a su casi inapreciable cantidad de grasa, la convierte en un alimento con un escaso aporte calórico.

Diferentes criterios

A la hora de adquirir una calabaza hay que tener en cuenta de qué variedad es. Si es de verano hay que elegir la de tamaño mediano, ya que las más grandes tienen la carne más amarga. Tiene que ser tierna, firme y bien desarrollada. Las mejores son de piel brillante, suave y no demasiado dura. Mientras que si es muy pesada, sin brillo y de piel dura o áspera, es de carne seca.

Para las de invierno, los criterios son distintos. Hay que elegir los ejemplares maduros y de corteza gruesa. Las calabazas que sean pesadas en relación con su tamaño son las ideales y hay que rechazar las que tengan la piel suave, ya que no estarán maduras.