Este año, el frío ha llegado casi al final del otoño, aunque es al principio de la estación cuando llegan las primeras castañas. Así, hasta hace pocos días habían pasado desapercibidas por las bondades del clima, pero ahora su presencia se adivina en numerosas esquinas, donde se pueden degustar humeantes y recién asadas.

Las castañas destacan por su bajo contenido en grasa, a diferencia de otros frutos secos. Su composición se asemeja más a las frutas desecadas. Son muy ricas en hidratos de carbono y asadas contienen más aminoácidos, fibra insoluble y fibra total que las castañas cocidas. De este modo, según se cocinen, sus valores nutricionales serán unos u otros.

Su consumo es variado, ya que puede degustarse cruda, asada, pilonga o cocinada. Para asarla es necesario dar un corte a la piel para evitar que estalle. Las pilongas son solo las castañas secas, de esta forma se conservan mucho tiempo y sirven para cocidos, sopas y potajes. Además, con ellas se elabora una harina muy especial que no contiene gluten.

Las nuevas generaciones de cocineros han recuperado este manjar, un producto que bien tratado da exquisitos platos o joyas gastronómicas como el marrón glacé de difícil elaboración.

Aunque las primeras castañas llegan en otoño, podemos encontrarlas todo el año en los mercados municipales, ya que se prestan bien a ser conservadas, e incluso congeladas si son frescas o cocidas. Para su compra, debemos observar que la piel sea brillante y no tenga rugosidades.