"Lo tengo casi todo controlado y ese no será un problema. Lo que suceda se conocerá en el momento oportuno" contestaba Giorgio Armani a este diario hace ya tiempo, cuando se le preguntaba si estaba pensando seriamente en su jubilación, una palabra por cierto que le incomoda profundamente.

Pues ese momento parece que se avecina. El pasado 11 de julio, el diseñador y empresario italiano que mejor ejemplifica la elegancia italiana cumplío 83 años y parece que está pensado en soltar las riendas de una aventura que empezó en 1975, cuando fundó la empresa que lleva su nombre junto al arquitecto Sergio Galleotti, compañero en los negocios y en su corta vida, pues murió a causa del sida a los 40 años, en 1985.

Con una fortuna personal estimada en unos 7.500 millones de euros según 'Forbes', Giorgio Armani lleva tiempo preparando su retirada, más de cinco años. Y de alguna forma ha blindado su imperio gracias a su fundación, que es la que tendrá la última palabra en las decisiones que se tomen en el consejo de administración de la casa de moda cuando él fallezca.

Así lo ha confirmado en una entrevista en el 'Corriere della Sera', donde ha avanzado algunos planes de futuro, como aumentar el volumen del negocio de los complementos hasta un 30% y dejar la ropa en un 70%. "Pero quiero evitar a toda costa las escisiones en la empresa o que mi empresa acabe en manos de un fondo de inversión asiático", ha asegurado alguien que presume de independencia creativa y de no tener que rendir cuentas a nadie, aunque de momento se reserva quién o quiénes le sustituirán al frente de la segunda empresa italiana más importante dedicada al lujo después de Prada, un emporio que facturo 2.500 millones de euros el año 2015.

El futuro de 8.000 personas

"Es algo duro, muy duro", asegura alguien que está todavía encima de cada una de las colecciones que presenta en las pasarelas, las de hombre, mujer y niño. "Una cosa es ser consciente de que ya tienes una edad y la otra saber que cargas con el futuro de 8.000 personas, que 8.000 personas dependen de ti", asegura el diseñador que acostumbra a vestir de negro, luce bronceado permanente, no bebe alcohol y hace una hora diaria de deporte.

Al igual que otros magnates y filántropos como Warren Buffet y Bill Gates, el año pasado Armani creó una fundación con su nombre con el objetivo de salvaguardar el futuro de la empresa de moda.

La mayor parte de las acciones de su grupo empresarial serán transferidas a esa fundación y sus herederos recibirán las participaciones restantes del grupo. Armani no tiene hijos, pero están su hermana Rosanna, sus tres sobrinos -dos sobrinas trabajan en la compañía-, su colaborador y amigo Leo Dell’ Orco, además de un primo que es miembro de la junta.

"La Fundación Armani tendrá el doble objetivo de invertir en actividades benéficas [a favor de niños y ancianos desfavorecidos] y gestionar [la empresa] Giorgio Armani Spa y garantizar su equilibrio", ha explicado Armani al 'Corriere della Sera'.

Pionero en el mercado asiático

Empezando como escaparatista, Armani levantó un imperio que supo extender en su momento a Estados Unidos cuando se convirtió en el primer estilista en seducir al Hollywood de los 80 gracias al vestuario de películas como 'Los intocables de Eliot Ness' o 'American Gigolo'. Propietario de una de las últimas marcas independientes, que no ha sido engullida por ningún conglomerado del lujo, fue también pionero en conquistar el mercado asiático y en desarrollar una segunda línea de negocio, Emporio Armani, y un conglomerado de licencias que abarca muebles, ropa de casa, perfumes, relojes, joyas, gafas, bolsos y hasta bombones.

El sello de Armani está en restaurantes, en hoteles de cinco estrellas, en un club nocturno en Milán que ha sido todo un éxito. Hay un Teatro Armani en Milán. Y la firma patrocina el EA7 Milán de baloncesto. "Ni siquiera en mis sueños más audaces hubiera imaginado llegar a este punto", asegura alguien que tiene ahora en mente abrir un club nocturno "en cada capital imporante del mundo" y cuyo perfume Acqua di Giò se vende a razón de un frasco por minuto en el mundo.

Sobre qué hará después, ya ha dado pistas también en alguna entrevista. "Visitaré mis casas [además de su 'palazzo' milanés, tiene casa en Saint Tropez o en la isla de Pellenteria], navegaré en mi barco, iré al campo, pasearé a mis perros y compraré 'picassos'. Pero eso sería el fin, porque mi vida es el trabajo. Mi vida estaría vacía. ¿Qué haría? No podría viajar con gente de mi edad, porque no siento ninguna inclinación por pasar el tiempo con viejos. Prefiero tener jóvenes a mi alrededor que me supongan un reto. Me mantienen despierto y en contacto con lo que ocurre. Por eso continúo".