Cuando la carrera de azafata de vuelo de Bette Nash comenzó a despegar tenía 16 años y faltaban décadas para la era del selfi. Dwight Eisenhower era presidente cuando la joven asistente de vuelo estrenó su primer uniforme de falda y chaqueta de sastre azul marino para la ya inexistente aerolínea Eastern Air Lines, en 1957.

Ahora, 60 años y varios presidentes estadounidenses después, la longeva azafata sigue en el aire con American Airlines.

A punto de cumplir los 82 años -el próximo 31 de diciembre-, Bette Nash es la azafata más longeva del mundo en activo. Aún sigue ayudando a embarcar y desembarcar a los pasajeros con una energía increíble. Su sonrisa es toda una institución a bordo, por eso todos quieren fotografiarse con ella.

Es la estrella indiscutible del jet de Airbus que cubre la ruta de Washington DC a Boston varias veces por semana. Para Bette, servir refrescos a bordo es su vida y, por ahora, no piensa en la jubilación, aunque tampoco se ve trabajando con 90 años (en Estados Unidos, los pilotos deben retirarse a los 65 años, pero nada dice la legislación acerca de los auxiliares de vuelo comerciales).

DE LA VIEJA ESCUELA / os pasajeros aseguran de ella que es «muy profesional» y que «tiene una forma de hacer las cosas de la vieja escuela», según recoge un reportaje que le dedica el Daily Mail, al que explica: «Comienzo el día a las dos y 10 de la mañana. Tengo dos despertadores y cuando se apagan no me acuesto, me levanto», dice la veterana azafata, que vive en Virginia con su único hijo, que está discapacitado.

Cuando Bette empezó en el oficio, volar era casi propiedad exclusiva de las élites. «Había muchos hombres de negocios, y las mujeres venían con sus abrigos de pieles, sus galas y sus sombreros... No iban en chanclas y zapatillas, como ahora», relata. Pero, como ella misma dice, «las aerolíneas evolucionan continuamente, y uno debe evolucionar con ellas».

Nash recuerda que, cuando llegó John F. Kennedy a la presidencia de Estados Unidos, las cosas comenzaron a abrirse e incluso las azafatas vistieron -durante un breve periodo de tiempo- patalones y botas. En aquella época no había bandejas de plástico. Las azafatas servían langosta y pato, e incluso le cortaban la carne al pasaje. En primera clase los cubiertos eran de plata y la vajilla, de porcelana. Sacaban hasta cinco carros con el menú.

«El trabajo era más duro físicamente entonces. Teníamos que servir una gran bandeja de comida y yo era la única azafata del avión», señaló Nash a diversos medios. En la clase turista vendían sándwiches y leche. A 50 y 15 centavos, respectivamente.

Durante algún tiempo, a principios de la década de los 90, la longeva auxiliar también trabajó para Trump Shuttle, una aerolínea propiedad de Donald Trump, el actual presidente de Estados Unidos.

La dedicada mujer todavía reparte bebidas a centenares en vez de comidas a unas decenas, pero sigue encantada con su labor: «Amo a mi gente, conozco a mis clientes y sé lo que quieren».