«Siempre cumplo los años en el escenario, muchas veces en Barcelona, que me encanta, pero esta vez los 80 me gustaría cumplirlos en mi casa, viéndote a ti por ejemplo, en mi cama», bromeaba hace unos meses Concha Velasco con Pablo Motos en El hormiguero.

Todo periodista que la haya entrevistado alguna vez --esta noche la tendrá Alfonso Arús en su Arusitys Prime-- puede contar maravillas de esta señora que hoy cumple 80 años «de sopetón»; es un filón de anécdotas que cae bien a varias generaciones, la de la chica ye-yé y el Cine de barrio y la que el verano pasado, con un papel en Metamorfosis, se despedía de Mérida y su teatro romano: «Aquí me han pasado todas las cosas por primera vez -decía a los 3.000 espectadores que abarrotaban las gradas-: la primera vez que pisé este escenario, con Hélade, que hice Hécuba. Esta vez es la última. ¡Que voy a cumplir 80 años!». La ovación duró diez minutos.

De padre militar y asistente de Franco y de madre maestra republicana, quiso ser bailarina y estudió danza clásica, pero el foco la llevó hacia la interpretación: de adolescente trabajó con Celia Gámez, la gran dama de la revista, mucho antes del Mamá, quiero ser artista. Concha siempre ha presumido de tener «las mejores piernas del cine español». Casi 80 películas, innumerables series de televisión y obras de teatro hacen que en su caso el adjetivo incombustible se quede corto.

Ha estado este año de gira con El funeral, un encargo que le hizo a su hijo Manuel Marsó, una comedia para su lucimiento que ella define como «desenfadada y sobrenatural sobre una actriz muerta en el escenario que aparece como un fantasma en su velatorio». Un papel a su medida y que ya se verá si es también el de su retirada el año que viene. «Quizá, cuando acabe con esta obra a los 80 años tendría que replantearme si será el final de mi carrera. Ya me lo pensaré», matizó el día de su estreno en su Valladolid natal, el pasado marzo.

Goya de Honor en el 2012 -se lo entregó su sobrina actriz, Manuela Velasco- y premio Max de Honor este año a su carrera, ha pasado por la cuarta temporada de Las chicas del cable y sigue presentando Cine de barrio (ha bromeado a veces sobre si debería llamarse «cine del otro barrio»).

LOS PROBLEMAS / En lo personal, ejerce de abuela y dice haberse conciliado con la memoria de Paco Marsó, su exmarido fallecido en el 2010, el padre de sus hijos y el hombre que la llevó «por la calle de la amargura», con un largo historial de infidelidades y pufos que acabaron en divorcio. Ha puesto fin a sus problemas financieros. En el 2000 tuvo que vender el chalet familiar de La Moraleja porque las deudas de Marsó la atosigaban, y a principios de este año vendió también su casa y se fue de alquiler.

«Católica, socialista y española», los 80 le han pillado «de sopetón» y sin pareja. «Ni la necesito ni la quiero», confiesa. «Esta vez pasaré el cumpleaños en casa, con mi hermano y cuñada, mi sobrina, los Varona Ibáñez, mi familia de toda la vida, mis hijos... Un acto familiar e íntimo», volvía a insistir.