Más de 200 niños, mujeres y ancianos fueron masacrados por los nazis en 1944 en una iglesia de un pueblo italiano al sur de Bolonia, en Monte Sole. Hubo tres supervivientes y una de ellos relató su vivencia al historiador británico James Holland. «Fue sobrecogedor, me explicó que cuando los alemanes iban a dispararles una mujer gritó que iba a buscar a su bebé y corrió. La acribillaron y tiraron una granada. Ella quedó inconsciente, despertó horas más tarde y vio a su madre desangrándose, los cadáveres de sus dos hermanos mellizos de 10 años y a su hermana de 16 herida en la cabeza. Buscó ayuda y una familia italiana del valle la retuvo en un sótano, donde la violaron, pero sobrevivió. Al enterarse, su padre, que estaba en las montañas con los partisanos, se volvió loco».

Holland (Salisbury, Reino Unido, 1970), autor de El auge de Alemania (Ático de los Libros) -primer volumen monumental (casi 900 páginas) de una trilogía sobre la segunda guerra mundial, que acaba de llegar a las librerías-, busca voces como la de esta superviviente, de «testimonios que cuenten sus experiencias y sentimientos», ya sean civiles o militares, para urdir una narrativa que «empatice con el lector». A la vez, más allá de la estrategia militar, el historiador indaga en aspectos operacionales, como las armas, los uniformes y los recursos de cada país implicado en la contienda para acabar asegurando, desmontando mitos, que la Alemania de Adolf Hitler «no estaba preparada para el conflicto». «Es sorprendente -afirma- que aún creamos en la gran maquinaria de guerra nazi».

AMENAZA BOLCHEVIQUE

No estaban mecanizados, no tenían suficientes tanques, ni soldados equipados y entrenados, ni recursos naturales ni combustible, detalla el escritor, popular por sus documentales para la BBC o National Geographic, como la serie Nazi megaestructuras, y hermano del no menos popular autor de novela histórica Tom Holland. «Alemania se sentía vulnerable, era un país en el centro de Europa, con una frontera muy amplia que defender y fácil de atacar. Sentían la amenaza bolchevique», detalla. «Para hacer creer a los alemanes y al resto del mundo que el Tercer Reich era una potencia econó- mica imparable, fue crucial el papel de la propaganda, orquestada por Joseph Goebbels. Era un genio, maligno. Durante la blitzkrieg [la llamada guerra relámpago] solo dejó hacer fotos de los tanques y vehículos motorizados, de los que tenían pocos, pero no de los caballos, cuando en realidad dependían más de ellos. Es increíble cómo la gente cree lo que le cuentan. Hoy somos más cínicos, pero en el 2013 toda la población creyó a Tony Blair cuando dijo que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva».

Volviendo al pasado, Holland halló un memorándum de Hitler de diciembre de 1941 donde «ordenaba dejar de fabricar armas tan complejas porque lo eran más de lo necesario», y pone como ejemplo la ametralladora MG-42. «Requería nueve inspecciones, cuando con una habría bastado. Disparaba muchas balas y muy rápido, así que era terrible si tú eras el objetivo, pero desperdiciaba mucha munición, generaba mucho humo, se recalentaba y a veces las balas se derretían». También los tanques, los poderosos Tiger, eran caros de fabricar y necesitaban mucho petróleo que no tenían. Y los uniformes: estaban pensados para causar impacto, pero en tiempo de escasez consumían más metros de tela que los de los aliados.

EGÓLATRA SIN VISIÓN POLÍTICA

Hitler, a quien Holland ve como un «megalómano» con un «poderoso ego», cometió un gran error de cálculo. «Pensó que al invadir Polonia, Gran Bretaña y Francia no declararían la guerra. Pero se equivocó, porque en realidad tenía una visión política muy limitada y no tenía experiencia militar. No era como Winston Churchill o Franklin D. Roosevelt, hombres de Estado de verdad que vieron la amenaza nazi y además tenían un amplio conocimiento geopolítico global. Por si fuera poco, Hitler estaba rodeado de personas que nunca le cuestionaban y le decían sí a todo y empezó a creerse invencible. Según él, Alemania se convertiría en un Reich que duraría 1.000 años. En caso contrario llegaría el Armagedón. Creía que su destino era ir a la guerra o hundirse», explica.

También aborda el historiador la relación entre el Führer y Francisco Franco. «Al margen de cierta afinidad ideológica, no se llevaban bien. Franco era más pragmático, sabía que España era un país empobrecido tras la guerra civil y no quería entrar en la guerra mundial. Y, si hubiera entrado, más bien habría sido un obstáculo y habría retrasado a Hitler, como le pasó con Italia y Benito Mussolini. A Hitler le interesaba llegar a Gibraltar para dominar el Mediterráneo, pero Franco se mantuvo neutral porque dependía de la ayuda de Gran Bretaña, que le amenazó con quitarle el aprovisionamiento y crear un bloqueo si se aliaba con Hitler».

Desmonta Holland algunos mitos, como que «los pilotos de los cazas británicos eran la última línea de defensa de Inglaterra». Tras ellos, indica, «había la Royal Navy, un canal minado y líneas de bombarderos preparados con armas químicas». Eso demuestra, sostiene, que «los alemanes no tenían una opción real de invadir el país». También recuerda que Gran Bretaña «era el principal productor de armas del mundo y, a diferencia de Alemania, contaba con los recursos con los que la proveía Estados Unidos y con los de sus antiguas colonias». En cambio, Hitler «no tenía acceso al comercio naval, ni una gran flota mercante y además sufrió el bloqueo marítimo inglés que la relegó al Báltico». Y mucho tuvo que ver, asegura, la necesidad «de Alemania de obtener alimentos y combustibles en el avance hacia el Este». Es ahí, a mediados de 1941, con el inicio de la operación Barbarroja, la invasión de Rusia, donde Holland cierra este primer libro de la trilogía.

Según el autor, el régimen nazi «se asentaba en unas bases muy frágiles, en un mundo imaginario donde sus líderes hacían lo que querían y creían que los arios fueron la primera raza que pisó la Tierra, cuando lo irónico era que casi ningún líder nazi se ajustaba al prototipo de ario ideal, rubio, alto y de ojos azules». «Solo hay que ver a Goebbels o Hitler…», sonríe.

Holland admite que «pasar tres semanas en un escenario de guerra en Afganistán» le hizo entender «qué es la guerra, cuán peligrosa es y cómo actuamos en una situación de peligro». «La peor experiencia es ser soldado de infantería, porque ellos ven a quien matan -opina-. En un bombardero o un submarino, matar es un acto más impersonal». Pero lo que más le ha conmovido, además de hablar con la superviviente de la masacre nazi en Italia, fue el campo de Auschwitz. «La cámara de gas, los hornos crematorios… Sentí náuseas. Pensé en el gas, que los mataba lenta y dolorosamente, en que mientras agonizaban sabían que iban a morir y veían cómo morían a su alrededor. Es monstruoso».