El andorrano Isak Férriz decidió hace años que no escribiría su nombre como lo haría cualquiera. "No me gustaba el sonido de las dos a seguidas. Lo de la k vino después para clarificar el sonido final", explica. Una decisión que denota carácter, igual que los personajes que suele interpretar en televisión, tipos duros desde el Serrallonga de TV-3 y el líder revolucionario de Bandolera al tatuador de Cites y al visceral Daniel de Gigantes, la serie de Enrique Urbizu cuya segunda y última temporada ya está disponible ya bajo demanda en Movistar+.

Su personaje acabó la temporada prometiendo que mataría a su hermano Tomás (Daniel Grao). Pero el destino les lleva a unirse...

Eso es lo que hace interesante la serie. Esta temporada está todo más desatado y es más consecuente con lo que se planteaba en la primera.

¿Quedará alguien con vida, o el destino de los hermanos Guerrero está sentenciado por culpa de la herencia envenenada de su padre?

De ahí viene lo de consecuente. Es evidente que, como en cualquier drama shakesperiano, hay muertes por doquier.

¿En esta temporada las mujeres tienen más peso? En la primera, la serie derrochaba testosterona.

Derrochaba testosterona por un lado casi de condena, de un mundo que se fagocita a sí mismo, que está condenado a agotarse y que solo puede morir o rendirse y adaptarse al mundo femenino, que está a la expectativa de si se producen cambios o toman las riendas ellas. Así que sí que tienen más importancia que en la primera.

¿No cree que todo lo que les pasa a los hermanos es por culpa de la ausencia de la figura materna?

Por la falta de la madre en su educación y por la condena de un padre herido con la vida y que lo paga con sus hijos, como tantos padres de generaciones anteriores. Es esa poca mano izquierda a la hora de educar a los niños y usar solo la mano derecha como una vara de mando.

¿Cree que esas situaciones pasaban como las muestra la serie? Porque Gigantes está muy llevada al extremo, con un padre que no le aporta ningún cariño a sus hijos y les cría en la violencia.

La realidad siempre supera a la ficción, y solo hace falta leer las páginas de sucesos y política en los periódicos. Aunque la serie es un reflejo de un mundo muy concreto. Sería interesante ver el auge del patriarca, Abraham [Jose Coronado], y cómo, siendo un niño sin padres de la posguerra, se hace a sí mismo en un mundo hostil hasta tener un imperio.

Ahí hay un spin-off.

Ya lo hablábamos en el rodaje: molaría mucho ver cómo el patriarca ha construido su imperio.

Daniel es un hombre sin escrúpulos, pero tiene un punto débil: su hermano Clemente, la única persona a la que aprecia y el Guerrero que intenta mantenerse al margen del legado de su padre.

Entiendo perfectamente esa relación porque yo soy el pequeño de tres hermanos, y el mayor, que precisamente se llama Abraham como mi padre en la ficción, me lleva más o menos lo que Daniel a Clemente. Es una relación de hermano mayor que hace casi de segundo padre cuando estos están, como fue en mi caso, trabajando.

Las escenas de violencia de la serie son muy explícitas. No es para todos los públicos.

Ese es uno de los grandes hitos de los últimos años de la ficción española. Ya no dependemos de que la serie la pueda ver desde el abuelo al niño, y que nadie se ofenda con ninguna de las tramas, como ha pasado con las ficciones internacionales que nos gustaban mucho a todos, pero que luego no nos atrevíamos a producir aquí. Y eso es de agradecer.

Es una serie muy del estilo de las películas de Urbizu, autor de títulos como No habrá paz para los malvados y La caja 507.

Y él no usa la violencia como adorno o como fuegos artificiales, sino que la retrata de la forma más cruda posible. Estos personajes no son de esconder lo que están haciendo, con lo que la serie tampoco puede esconder lo que hacen los personajes.

¿Cree que su físico le ha marcado mucho para lograr ciertos papeles? Suele interpretar a tipos duros.

Pues cuando se estrenó la primera temporada de Gigantes tenía en cartel la película Las distancias, y era un personaje opuesto, que no se atreve a decir lo que siente y lo que piensa. Así que creo que he tenido personajes de todo tipo.

Aunque su voz tan grave también le marque.

Viene de familia. Mi padre también tenía esta voz, igual que mis hermanos. Es una mezcla de herencia más tabaco.

¿Toda su familia es andorrana, como usted?

No, son de Barcelona. Incluso mis hermanos, que se mudaron con mis padres a Andorra antes de que yo naciera. Yo nací y me crié allí, y a los 18 años volví a Barcelona.

¿Trabajar en Gigantes le ha abierto muchas puertas?

No puedo negar que las ofertas son mucho mayores que hace dos años.

De hecho, acaba de rodar una película con Javier Gutiérrez y Àlex Monner, Bajocero.

Es un largometraje de Lluís Quílez, un director catalán premiadísimo por sus cortos. Es un drama carcelario en el que Javier Gutiérrez y yo somos los policías encargados del traslado nocturno de unos presos.

Y ya está inmerso en el rodaje de otro filme...

He empezado a rodar en Barcelona una película de Ramon Térmens, La dona il·legal, un drama de denuncia social que gira alrededor de los malditos CIES, los centros de detención de extranjeros, esas cárceles inhumanas totalmente alegales.