Juana Acosta (Cali, Colombia, 1976) derrocha pasión (y adicción) por su trabajo. Con 18 años ya protagonizaba series en horario de máxima audiencia en su país natal. Tras haber recorrido Europa con una mochila, licenciarse en Bellas Artes y formarse como actriz en España, Acosta se ha convertido en una de las actrices del momento. En cine, ha estrenado Anna, Acantilado y Vientos de la Habana, y ahora está rodando bajo la batuta de Álex de la Iglesia. Además, es la apuesta más segura de cualquier alfombra roja. Y para ello también se ha preparado a conciencia. En Siete años da vida a la única mujer del grupo de amigos fundadores de la empresa. Una ejecutiva que tuvo que elegir entre ser persona y ser profesional. Escogió lo segundo. La película se estrena en Netflix, el viernes, 28, en hora de máxima audiencia.

Qué bien vendría en cualquier empresa un mediador de conflictos como el personaje de Manuel Morón. Está enorme en la película. Es un personaje diferente a nosotros cuatro, que derrochamos energía. Para mí trabajar con él fue muy especial, porque fue mi profesor en la escuela de interpretación de Juan Carlos Corazza, donde me formé.

En 'Siete años' es muy claustrofóbica. No salen de la habitación. Bueno, usted va un momento al baño. Y ya. Como experimento me pareció un desafío sostener esa tensión que va creciendo. Todos los personajes están en una situación límite en una oficina. Eso nos ayudó a poder entrar en la historia. Para mí, lo hermoso de este filme ha sido la experiencia de rodarlo.

¿Por qué? ¿Por su aspecto teatral, por los compañeros? Por los compañeros, por supuesto. Admiro a Paco León, es un genio. Un actor genial que llegaba cada día con ideas y aportaciones. Con Àlex Brendemühl coincidimos en Santuario y me parece grandísimo. Con Juan Pablo Raba hice mi última serie en Colombia, hace 16 años. El reencuentro con todos ellos ha sido muy bonito. Por otro lado, la película está rodada toda en un mismo espacio, no hay cambios de localización ni vestuario. Eso significa que no perdíamos tiempo. Normalmente, los rodajes implican horas y horas de espera. Aquí no. No había tiempo ni para fumarse un cigarrillo entre escena y escena. Ha sido como un laboratorio en el que todos hemos aportado ideas.

Pero el guion estaba escrito. Sí, pero se fue transformando. Roger Gual cambiaba cosas todos los días. El gran regalo que nos hizo fue que cuando quedaban un par de días para terminarla, nos dijo que la rodaríamos entera, como si fuera una obra de teatro. Muchas veces, en otras películas, he sentido que solo estaba de verdad preparada para el papel el último día de trabajo. El texto nos salió como mantequilla. El director dio saltos de alegría. Para el montaje final escogió muchísimas tomas de ese material.

La película habla de un montón de temas. Sobre todo, de la corrupción. Y de cómo vivimos para trabajar. En mi profesión echamos muchas, muchas horas, es cierto. Pero creo que no es lo mismo nuestro gremio que el de las personas que acuden cada día a una oficina. Yo, como actriz, tengo proyectos muy concretos y estoy inmersa en ellos durante meses. Pero luego tengo otros meses mucho más tranquilos y me dedico a asuntos más personales. Cuando empiezo un proyecto, me meto a tope. Le pongo muchas horas. Cada vez que pasan los años meto más horas de trabajo.

¿No debería ser más fácil? Quizá no. Yo soy adicta al trabajo. En mi familia todos lo somos bastante. Uno de mis hermanos llega a la oficina a las cinco de la mañana y regresa a casa a las nueve de la noche. Siempre le estoy diciendo que se relaje. No todo es trabajo. Hay que trabajar para vivir, no lo contrario.

Su personaje demuestra que las mujeres son más tiburones. Todos son muy ambiciosos, es una esfera muy alejada de la mía. Son tiburones, es verdad. Solo piensan en el poder. Para mi personaje lo más importante de su vida es la empresa. Ha sacrificado todo por la compañía. Es gente que mueve mucho dinero, me gusta ese aspecto que tienen de descarnado, de perros hambrientos.

Ella es la más cerebral. Sí, pero al mismo tiempo, se deja llevar por la rabia que tiene contra uno de sus compañeros. También tiene tripas y no solo cerebro.

El guion demuestra lo fácil que es ser un corrupto. Lo interesante son las preguntas que pueden llegar a generar en el espectador. Desafortunadamente, la corrupción es un tema actual. Pero nos tenemos que poner en esa situación. ¿Yo qué haría? ¿Hasta dónde llegaría? Aquí se ve cómo la amistad de los protagonistas se van degradando. Todos estos amigos tienen relaciones aparentemente sanas, pero el espectador descubrirá que hay muchas cosas oscuras detrás. Me encanta que la película analice a los altos ejecutivos y los problemas laborales, como la vanidad, la envidia, la competitividad y el ego.

Sabe que 'Siete años' llegará, de la mano de Netflix, a 190 países. ¿No le asusta? Qué cantidad de gente. Qué interesante. 81 millones de espectadores potenciales. Qué cifra tan potente. Mi lado más romántico me hace amar el cine y la pantalla grande. Pero poder compartir contenidos locales de manera tan global me parece fascinante. Esto no deja de ser un experimento. Y, la verdad, me asusta un poco.