A sus casi 44 años (los cumple mañana), David Beckham ha conseguido extraer una interesante lectura crematística de la teoría de la relatividad de Einstein: que el tiempo no es constante, ni su valoración tampoco. Lo demostró la noche del lunes en Madrid: la firma relojera Tudor lo trajo hasta su antigua ciudad de residencia -aquí vivió cuatro años, en los que nació su tercer hijo, Cruz David- para promocionar una nueva línea de relojes.

El acto consistió en un paseíllo de dos minutos exactos junto a un mural decorado con el logotipo de la marca suiza ante los flases de 50 fotógrafos que se desgañitaban para atraer su mirada celeste, a juego con la camisa que lució bajo un traje oscuro rematado con pañuelo en el bolsillo y, por supuesto, con un Tudor en la muñeca.

No hubo preguntas ni encuentros personales con la prensa, ni falta que hacía, pues ante un canon andante de la belleza y la elegancia masculina como él, verle luciendo palmito ya es una noticia. No ha trascendido lo que la compañía relojera, que le tiene fichado en calidad de embajador, le pagó por el fugaz desfile, pero si es cierto lo que ha publicado el tabloide británico The Sun, que estima que Beckham ingresa al día 40.000 euros por servicios publicitarios, podemos estar ante los minutos más rentables de la historia del fútbol. En realidad este dato esconde una trampa, ya que el trabajo del ex deportista para Tudor continuó en la fiesta que la firma celebró en su honor junto a un centenar de invitados en el restaurante de un hotel con vistas al atardecer de Madrid. Y aquí, Beckham sí sudó camisa y traje.

Tras ofrecer unas breves palabras, en las que contó lo mucho que añora España, se hizo selfis con todo el que quisiera llevarse en el móvil un recuerdo personal de la velada. Por orden y en fila, como hacen en las iglesias con los feligreses que quieren besar al santo, la fiesta en pleno fue subiendo al entarimado para retratarse al lado del deportista.

Beckham es sir y caballero del imperio británico, pero todavía no hay noticias de su beatificación, aunque el cielo lo tiene ganado a la vista de la paciencia y la amabilidad extrema con que atendió a todo el mundo. Durante más de una hora estuvo haciéndose fotos, estrechando manos, besando mejillas y regalando abrazos, sin un mal gesto.

Seis años hace que dejó las botas, pero, bien asesorado, la caja sigue funcionado. En los últimos años, ha firmado ropa interior para H&M, ha vendido whisky, ha apadrinado firmas de ropa, como Ken & Curwen, de la que es propietario desde 2015, ha lanzado una línea de cosméticos masculinos -House 99, cuyo fijador de tupé regaló el lunes- y participado en actos publicitarios.

El resultado es un emporio comercial valorado, según The Mirror, en 900 millones de euros. La gasolina que mueve esa industria ya no son goles, sino su belleza y su encanto personal, y disfrutar de ellas vale su precio. Por eso, su tiempo es oro.