Fue su pareja, su referente y su alma gemela, como Andrea Rodríguez (Zaragoza, 1989) relata en Cuando nos volvamos a encontrar (Crossbooks). En el libro, cuenta cómo vivió la enfermedad de Pablo Ráez, a quien conoció poco después del trasplante de médula ósea al que fue sometido para tratar la leucemia. El donante fue entonces el padre de Pablo, quien, durante su recaída y posterior hospitalización, tuvo la fortaleza de animar a la gente a donar médula. Una campaña que se hizo viral y con la que llegó al millón de donantes, cifra histórica lograda por un joven de 20 años fallecido en febrero del 2017 y cuyo legado sigue vivo.

—‘Cuando nos volvamos a encontrar’, se titula el libro. Cuando llegue ese momento, ¿qué le diría a Pablo?

—No lo sé, pero estoy segura de que se producirá ese encuentro. Nuestras almas se volverán a encontrar.

—En el libro explica que hablaba con él en sueños. ¿Sigue haciéndolo?

—Ahora los sueños son menos potentes. He de decir que, mientras lo escribía, me invadieron muchos miedos y, cuando estaba a punto de publicarlo, tuve un sueño en el que Pablo me apoyaba en todo y me decía que lo estaba haciendo muy bien.

—Su lema era «¡Siempre fuerte!», un grito de guerra que intentó mantener durante su enfermedad.

—-Sí. Para coger fuerzas tiene que haber antes un momento de bajón. Es sano caerse para volver a levantarse.

—Pablo era muy optimista. ¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje que le transmitió?

—Valorar la vida y vivir el momento. Tenerlo a él al lado fue el mejor ejemplo. Poder vivir una situación tan dura junto a Pablo me hizo valorar mi salud y la vida cada día.

—Su relación apenas duró un año, pero fue muy intensa. ¿Qué es lo que más echa de menos de él?

—Todo. Sus abrazos, su sonrisa, despertar cada mañana y hablar de proyectos en común... Pablo era muy cariñoso, detallista, cercano y siempre intentaba ayudar a los demás. Se desvivía.

—Han pasado casi dos años desde su muerte. ¿Cómo han sido?

—Cada año ha sido distinto. El primero, con el aluvión mediático, intenté estar al margen. Fue un año de introspección en el que me refugié en la escritura, la lectura y la pintura. El segundo año empecé a viajar y organizar retiros de yoga y, a partir de ahí, comencé a sanarme. Y fue el inicio del libro.

—¿Qué le llevó a escribirlo?

—Empecé porque me sanaban mucho las palabras de Pablo. Mi sueño era tener sus textos en papel, en mi mesilla de noche. Casualidad o no, al cabo de un tiempo, una vidente que asistió a un congreso de yoga en Marbella me dijo que siguiera escribiendo (sin conocerme). Y, al año de fallecer Pablo, me entrevistaron en la COPE, alguien de Planeta me escuchó y me propusieron escribir un libro. Me pareció mágico lo de la vidente y la llamada de la editorial y eso me animó a hacerlo.

—Imagino que ha sido una catarsis.

—Sí, totalmente. Ha sido muy doloroso a nivel emocional. Paco, el padre de Pablo, me llamó para decirme que había leído el borrador, me dio la enhorabuena y me dijo que se sentía orgulloso. Me sentí liberada, satisfecha y muy feliz, porque lo que pudiera venir después de esas palabras iba a ser añadido.

—¿Ser una persona muy espiritual le ha ayudado a superar esta situación?

—Lo soy, pero durante la enfermedad de Pablo hubo un momento en el que me enfadé con el mundo, con la vida y el amor, porque no entendía que él tuviera que vivir eso. Entonces, pasé a la materia, pero al final en mi vida siempre ha habido señales y me han servido de mucho.

—Ahora es bloguera, y muy activa en las redes sociales, donde sigue recordando a Pablo y haciendo un llamamiento a la donación de médula.

—Sí, porque, aparte de nuestra historia de amor, hay un mensaje de solidaridad. La donación de sangre y médula puede salvar muchas vidas.

—En Instagram ha dicho que vuelve a ser feliz. ¿Cómo lo ha logrado?

—Gracias a todos los mensajes que me da la vida. Pablo se marchó físicamente, pero sigue estando conmigo. En todo este tiempo lo he encontrado en muchas miradas, corazones y señales. Mi vida también terminará algún día y él me ha enseñado que, cuando me marche, me tengo que ir feliz.