Vaya peliculón que se está marcando Paris Hilton desde que el actor Chris Zylka hincó la rodilla en la nieve de Aspen y le habló de matrimonio mientras se sacaba del anorak un pedrusco de diamantes de esos que se estudiarán en las escuelas de negocio mientras sigamos inmersos en la edad de la celebridad turbocapitalista de la que, no olvidemos, la heredera es ideóloga.

La mujer a la que la historiografía de la fama atribuye la invención del selfi, la retransmisión de su vida en un reality y la construcción de una marca personal que lo mismo le ha servido para vender perfumes que complementos caninos protagoniza casi en solitario ese serial prenupcial que cada día le sirve para que sus agentes cuelen algún titular en la prensa y para colgar vídeos en Instagram en los que aparece con la melena aireada por un ventilador, poniendo caras de llevar en la vagina las piedras que promociona Gwyneth Paltrow y publicitando alguna de sus productos de belleza bajo hashtags del corte #amorverdadero y #locaporti. Mientras tanto, el novio, sin Instagram, sin Twitter y con apenas 12 líneas en la Wikipedia, se ajusta a su papel de sonriente secundario, justo cuando parece que su carrera empieza a correr a grandes zancadas.

Mientras su prometida, que cumplirá 37 en febrero, explica a quien quiera escucharle que se casarán en los próximos meses, que antes de que acabe el año ya habrán tenido un bebé al que llamarán «Londres» y que a la boda por supuesto que invitarán a Kim Kardashian (exguardesa del armario de la rica heredera), el actor, de 32 años, tiene pendiente el estreno de su última película, The Death and Life of John F. Donovan, del canadiense Xavier Dolan, y espera que su papel en la serie The Leftovers (HBO) sea esa grieta definitiva que le permita colarse en las grandes ligas de Hollywood.

ASCENDENCIA RUSA / Este año justamente cumple 10 años en la industria, una década desde que este descendiente de rusos afincados en Ohio y cuyo abuelo le enseñó el método Stanislavski -nunca se sabe donde acaba la biografía y empiezan las fantasías de los publicistas- se instaló en Los Ángeles y, según explica, pasó una temporada durmiendo tras un contenedor en un párquing del 7-Eleven y duchándose en centros comerciales, antes de participar en un puñado de capítulos de las series Sensación de vivir, Todo el mundo odia a Chris y Hannah Montana y seguir ese rito de iniciación que consiste en abonar el terror adolescente (Psicosis en mis super dulces 16 y Éramos pocos y llegaron los aliens), luchar contra peces feroces (Tiburón: la presa y Piraña) y arrancar un crédito en una gran produccción (The Amazing Spiderman).

Por allá el 2010, cuando estaba rondando Kaboom, una película que lleva las juergas universitarias LGTBI a la ciencia ficción, Chris conoció a Hilton en una fiesta de los Oscar. Y aunque ahora dicen que lo suyo fue «amor a primera vista», en el ínterin hasta su reencuentro, cinco años más tarde, él salió con la actriz Lucy Hale y se comprometió con Hannah Bath, y ella añadió cuatro ex más a su envidiable auditoría de conquistas.

«No estamos separados más de tres horas», dice la DJ y magnate, mientras estira como el chicle la trama nupcial, esta semana a propósito del anillo, que, según dicen, ha costado dos millones de dólares, la mitad del patrimonio del actor, y que le ha llevado a contratar a un guardaespaldas para que lo custodie las 24 horas del día. To be continued.