Las competiciones solo tienen sentido en el ámbito de los deportes. El arte, en cambio, es demasiado subjetivo; resulta imposible determinar si un Matisse es mejor que Picasso. Así explicaba hoy Woody Allen que ninguna de las 14 películas que ha presentado en Cannes a lo largo de su carrera haya peleado por la Palma de Oro. "Es todo cuestión de opiniones". Así pues, opinemos: si 'Café Society', que esta noche inaugura la 69ª edición del certamen, hubiera visto la luz a principios de los 90 sin duda habría sido considerada de lo peor de la carrera del neoyorquino.

Sin embargo, desde entonces Allen ha dirigido películas como 'La maldición del escorpión de Jade' (2001), 'Un final made in Hollywood' (2002), 'Todo lo demás' (2003), 'A Roma con amor' (2012), 'Magia a la luz de la luna' (2014) e 'Irrational Man' (2015),obras tan mediocres que parecen concebidas deliberadamente para destruir su legado. Por comparación, 'Café Society' (si las cuentas no fallan, la película número 46 de su carrera) es solo una más, una nueva secuela de su empeño por rodar una película cada año pase lo que pase y tenga o no algo de interés que contar.

Se trata de la historia de un triángulo amoroso en el seno del Hollywood de los años 30: Jesse Eisenberg da vida a un joven llegado a la ciudad con intención de abrirse camino en el mundo del cine; Kristen Stewart, a una secretaria que mira con escepticismo el fulgor de las estrellas, y Steve Carell, a un productor todopoderoso que pasa por ser el jefe de ella y el tío de él. Los tres protagonizan flechazos y rupturas, mentiras y desengaños y, en general, lo típico de cualquier amor a tres bandas, aderezado de una subtrama gansteril del todo superflua. Quejarse de la sinopsis de una película de Woody Allen es como hacerlo de la comida en una bolera: el reclamo es otro. En el caso de Allen, todo depende de los personajes.

EISENBERG NO AYUDA

El problema es que, en sus últimas películas, los personajes parecen haber sido diseñados por un visitante de otro planeta que ha leído una descripción de los seres humanos pero en realidad nunca ha visto a ninguno. En el caso de 'Café Society', Eisenberg no ayuda. Sobre su trabajo cabe decir una cosa buena y una mala: la buena es que no logra copiar los manierismos que Allen desplegaba cuando protagonizaba sus propias películas; la mala es que aun así lo intenta y no le sale (Eisenberg solo sabe hacer de Eisenberg), y el resultado acaba siendo un engendro.

La película avanza vehiculada por una voz 'en off' de la que se encarga el propio Allen (según asegura él mismo, "salía más barato") y que se dedica a explicar justo lo que las dos o tres escenas inmediatamente posteriores se dedicarán a explicar de nuevo. Lo que pasa es que quien conozca el cine previo de Allen no necesita ese tipo de subrayados. Después de todo, todas sus películas son variaciones de los mismos temas: el sinsentido de la vida, la inútil búsqueda de orden en el caos, la locura del amor. "Soy un romántico, aunque seguro que algunas de las mujeres con las que he estado no opinarán lo mismo", explicaba Allen al ser preguntado por qué sus películas siempre hablan del amor "en los mismos términos". La respuesta es sencilla: repetirse es más fácil.

"Seguramente un día me levantaré, tendré un infarto repentino y quedaré postrado en una silla de ruedas, y entonces todo el mundo tendrá lástima de mí", bromea el director. "Sea como sea tengo 80 años y me siento muy joven", añade. Puede que así sea, pero enfrentarse a su cita anual con el público se ha convertido en algo comparable a visitar a un pariente mayor con la esperanza de que hoy tenga un día bueno. Y quizá por ello tendemos a buscarle a sus películas el lado positivo, y a encumbrar títulos como 'Midnight in Paris' (2011) de forma sin duda algo exagerada. Pero lo mejor que puede decirse de 'Café Society' es que no dañará el estatus privilegiado que su autor se ha ganado en la historia del cine, a pesar de que, a veces, ese precisamente parezca ser el objetivo que él mismo persigue con cada nueva película.