Donald Trump solo ha favorecido a Israel en los últimos tres años: trasladó a Jerusalén la embajada de Estados Unidos, dejó de ver los asentamientos como ilegales, paró los fondos de la ONU para los refugiados y dejó sin representación diplomática a los palestinos en Washington.

La propuesta da un plazo de cuatro años a los palestinos para negociar el plan y adoptar medidas de «gobernabilidad» de su eventual Estado. Pero antes de llegar ahí tendrían que «desarmar Gaza, renunciar al terrorismo» y desmantelar todas las milicias, empezando por Hamas.

El plan prevé crear un Estado palestino con capital en los barrios árabes de la periferia de Jerusalén. Pero sería un Estado partido, sin apenas continuidad territorial. Trump ofrece a los palestinos inversiones por valor de 50.000 millones de dólares, a pagar en gran medida por otros países.

El plan satisface muchas de las aspiraciones israelís. Washington se ofrece a reconocer la soberanía israelí sobre los asentamientos judíos de Cisjordania y el tramo ocupado del Valle del Jordán. El Gobierno hebreo votará el próximo lunes para anexionarse el 30% de Cisjordania.