Recuerda vagamente que su madre le habló años atrás sobre un «lío» en la plaza, ignora que hubo muertos y nunca había visto a ese hombre frente a una columna de tanques que le muestro en mi teléfono. Zhu, de 32 años e inglés fluido, es editora en Pekín de una célebre revista internacional de moda. Pueden imaginar el experimento en la vasta China rural.

Llega el 30º aniversario de Tiananmén con el habitual ejercicio esquizofrénico, ubicuo en la prensa occidental y clandestino en la nacional. Quizá el interés venga por la romántica derrota de los ideales frente a las pistolas o la imbatible fuerza icónica del hombre-tanque. O por la necesidad de recordar el rol de villano global de China.

No es probable que otras revoluciones tan trágicas como las de Maidán (Ucrania) o la del jazmín (Túnez) estén tan presentes en 30 años. Tampoco México ni Tailandia sufrieron el boicot global por aplastar protestas ya olvidadas. El relato desemboca en la conclusión de que otro Tiananmén es posible. Las alarmistas referencias a los tanques abundaron antes de que los jóvenes hongkoneses fueran desalojados en el 2015 con pulcritud de las calles ocupadas durante un año en la revuelta de los paraguas. La terquedad de Pekín por silenciar el asunto, con su política comunicativa anclada en la Revolución Cultural, ha permitido que se hable de decenas de miles de muertos sin aportar fuentes sólidas. Las Madres de Tiananmen confirmaron 202 y el médico Nicholas Krystof calculaba entre 400 y 800 tras visitar los hospitales. Las cuentas más fiables hablan de entre 300 y un millar.

Línea dura

El desastre exigió la derrota de los buenos en ambos bandos. La línea dura del primer ministro, Li Peng, se impuso a la dialogante del secretario del partido, Zhao Ziyang. Y en la plaza, líderes sensatos como Wu’er Kaixin o Wang Dan fueron eclipsados por exaltados como Chai Ling, que arruinó cualquier acuerdo y exigía el reguero de mártires para el éxito de la revolución. Pekín había tolerado la ocupación de su espacio público más icónico durante seis semanas cuando ordenó desalojarla. Carecía de antidisturbios y envió al Ejército, que fue repelido el 2 de mayo con piedras y cócteles molotov en enfrentamientos que dejaron militares muertos. Dos días después, Pekín envió a los tanques.

La Historia ha grapado Tiananmén a la ignominia cuando la sangre no se derramó en la plaza, ya casi desierta, sino en el puente Muxidi y calles adyacentes. Los hechos están descritos en los documentos desclasificados de la Agencia de Seguridad de Estados Unidos.

La liturgia sobre Tiananmén, para subrayar su rol seminal de la China actual, exige aludir al pacto tácito que después firmaron Gobierno y pueblo de desarrollo económico a cambio de la renuncia de las libertades políticas. La idea de un pueblo firmando un pacto tácito ya exige mucho esfuerzo imaginativo y la masiva ignorancia de lo ocurrido la convierte en absurda.

La pelea por el recuerdo es monopolio de los afectados y los disidentes, un gremio tan admirable y heroico como poco representativo. Ding Zilin, presidenta de las Madres de Tianamén, hablaba de sus amigos hace años a este corresponsal: «Cuando empecé mi batalla, me decían que la dejara, que aquello ya no tenía remedio, que olvidara, que mi marido y yo éramos idiotas».

Muchos en la plaza pedían rehabilitar al líder reformista Hu Yaobang. Acudieron trabajadores urbanos que habían perdido los beneficios maoístas y estudiantes que querían cambios más vigorosos. Era un conglomerado desorganizado en busca de reformas posibilistas, menos corrupción y mayores libertades de prensa y otros derechos, pero nada similar a una democracia al estilo occidental. Muchas de aquellas peticiones se han logrado con el desarrollo económico. No hay ni se espera una democracia parlamentaria, pero millones de jóvenes estudian fuera, la clase media aumenta y episodios quiméricos como huelgas de trabajadores o funcionarios del partido corruptos fulminados por la presión de las redes sociales son hoy habituales.

Represión

Ese cuadro social hace más dolorosa la represión acentuada que sufre la disidencia bajo el Gobierno de Xi Jinping. Es una verdad incómoda que la ausencia de protestas políticas masivas como aquellas no se explica por el miedo. Sacrificar los valores democráticos a cambio del bienestar económico suena decepcionante en Occidente, pero los chinos encadenan dos siglos de calamidades. El progreso y estabilidad no les suena tan mal. La comprensión de realidades lejanas exige un esfuerzo por salir de los marcos mentales propios y superar la arrogancia con la que las miramos. Wen viste una camiseta de un grupo de rock duro internacional en un bar del pequinés barrio de Gulou. Le pregunto por Tiananmén. «Joder, ¿aún estáis con eso? Sí, sé lo que pasó. Eso ocurrió hace treinta años. Todos los países tienen sus mierdas. ¿Por qué os empeñáis en hurgar en las nuestras?».