"Me volvería loco si no jugase hasta dentro de una semana, lo bueno es que voy a volver mañana", se lamenta a sus colegas un hombre de unos cincuenta años tras terminar una "fatal" partida de golf: "Hice sopas enviar la bola al agua en los cuatro primeros hoyos". Al igual que la mayoría de campos de golf de Acapulco, el Turtle Dunes sigue abierto pese a la orden de las autoridades mexicanas de cerrar playas, hoteles, bares y de cesar las actividades no esenciales.

"A pesar de que se queda uno en casa, no sale, puede ver el mar, puede salir a correr, en bicicleta, las actividades al aire libre son mayores, guarda la cuarentena, no tiene contacto con demás gente y pasa de mejor manera el encierro", justifica el industrial Mauricio Nassif en el lobby del club de golf la decisión de pasar el confinamiento con su familia en Acapulco en lugar de Ciudad de México. Sin embargo, ha jugado su partida de golf con caddies quienes cargan y limpian los palos, según dice, "por ayudarlos a que mantengan su empleo".

Mientras, el resto de Acapulco pelea por sobrevivir a su peor crisis desde la epidemia de influenza en 2009. La ciudad luce vacía después de que el Gobierno estatal decretase restricciones para evitar la llegada masiva de visitantes, sobre todo de la capital, a fin de prevenir la propagación del Covid-19, que en México deja 233 muertes y 3.488 casos confirmados.

Policía junto al agua

Numerosas unidades policiales y militares patrullan por la arena para pedir la retirada de los escasos bañistas. Casi la totalidad de hoteles y restaurantes echaron el cierre ante la ausencia de turistas, que ya ha causado un impacto severo en el 70% del cerca del millón de acapulqueños que se sostienen del turismo, especialmente entre los trabajadores sin regularizar que vivían al día.

"No hay nada, nada para comer, nada de sustento. Acapulco está muerto", se queja Carolina Torreblanca, que vendía chilates (bebida originaria de cacao y arroz) en la playa y a duras penas puede mantener a su madre y sus dos hijas. Junto a una de ellas es la tercera vez que hace fila frente a una de las gigantescas torres del paseo marítimo. Los empleados del Hotel Krystal, pese al cierre, se organizaron para donar y preparar comida para esa población más golpeada.

Empezaron a repartir el almuerzo una vez a la semana y ahora alimentan a diario a unas 300 personas. "Hemos visto que la situación ha empeorado en pocos días. Nosotros cobramos salario, pero hay sectores que no tienen ese beneficio, ya no tienen para comer. Tienen que sumarse más hoteles para afrontar este problema", asegura el gerente, René Ramírez, en una cocina que antes daba servicio a 1.500 huéspedes.

La desesperación se ha traducido en protestas, hasta seis intentos de saqueos en supermercados en apenas una semana y el robo de 150 despensas en una de las rondas de entrega del Ayuntamiento. Ante la creciente tensión social la Guardia Nacional y los cuatro organismos policiales han reforzado los operativos de vigilancia y numerosas tiendas han tapiado con maderas sus puertas y ventanas. "Esto se va a agravar, ya hemos duplicado nuestros turnos, pero necesitamos que lleguen refuerzos", afirma el director de la policía preventiva, Javier Rivas, a bordo de una patrulla durante un recorrido de control. "Si no hay turismo, no comen, muchos de ellos están buscando delinquir", agrega.

No obstante, pese a vivir del turismo, cada vez más comunidades de la región han cortado carreteras para aislarse ante el temor a la propagación de la pandemia. Los pobladores de Barra de Coyuca, a media hora de Acapulco, bloquearon su única vía de acceso para impedir la entrada de turistas. "Somos una comunidad chiquita, corremos un riesgo muy importante. Se no hace más importante la salud que la parte económica", defiende Arturo Cruz, quien esta semana perdió su trabajo como operador turístico, pero aún así considera que las 300 familias de ese poblado de momento pueden subsistir de la pesca.

Una docena de vecinos, todos con mascarillas, custodian una lona oficial con el aviso de "Playas Cerradas" y un pedazo de cuerda que sirven de barrera. Los residentes deben bajarse de sus coches para ser rociados con una mezcla de agua y cloro antes de pasar el cordón. "Una tarea que debería realizar la secretaría de Salud", considera Arturo, despreocupado porque ese toque de queda viole la legalidad.

El municipio pidió el apoyo a instancias superiores tanto para auxiliar a los sectores más vulnerables como para ampliar el despliegue de seguridad. "El Ayuntamiento no tiene la capacidad económica. Aquí es la Federación y la gobernación quienes tienen que implementar apoyos a microempresas para que puedan sobrevivir y evitar alguna crisis social, indica a El Periódico la alcaldesa, Adela Román, quien advierte que sin esa ayuda "no se puede aguantar por meses".

Por su parte, el sector hotelero solicitó la exención fiscal en las nóminas de sus empleados para poderles mantener el sueldo más allá del mes de abril ante un socavón que sólo en Semana Santa ya ha provocado pérdidas de unos 47 millones de euros en la meca del turismo en México.

Cuarentena en la piscina

El único sector que ha logrado sortear la crisis son las residencias privadas, que se mantienen con las cuotas de sus propietarios, aunque la baja ocupación ha mermado los servicios asociados. "De los 618 departamentos, hay apenas un 6% llenos, pero aún mantenemos un 85% del personal", asevera Manuel Romero, administrador de las Torres Gemelas, el que fuese el mayor condominio de Latinoamérica en los ochenta. Pese a que considera "irresponsable que la gente venga a pasar la cuarentena a Acapulco", mantiene la piscina abierta donde se baña una familia y un par de grupos de amigos.

"Me he venido a México porque mejor estar encerrado viendo la playa. Es más seguro aquí que en la ciudad y según dicen con el calor no se contagia tanto", cree Juan Carlos Ortiz, empresario mexicano residente en Los Ángeles. "El sol de Acapulco mata el virus", exclama otro de los bañistas. A unos dos kilómetros de ahí sobre la misma avenida costera, un grupo de voluntarios reparte el desayuno a otra fila de trabajadores de la playa que cuentan los días para que la arena vuelva a abarrotarse de tumbonas.

En dos semanas México entrará en la tercera fase de propagación del Covid-19, pero la desigualdad hace imposible que las medidas de resguardo como la restricción de movilidad se endurezcan, tal y como reconoció el portavoz del Gobierno para esta crisis. Acapulco tardó una década en recuperarse de su última temporada parada, pero ahora el sector turístico llega mermado por el auge de la violencia. Una olla a presión en La Perla del Pacífico.