Feudo del horror, la región de Beni, en Kivu Norte, en el este de Congo, añadió en la madrugada del lunes otros diez nombres a la lista de quienes en los últimos dos años han sido allí señalados por un sino atroz; una muerte casi siempre a machetazos a manos de criminales que luego desaparecen en los espesos bosques de la zona. Algunas de estas personas fueron decapitadas;otras murieron envueltas en llamas. 700 asesinatos desde octubre del 2014, según Human Rights Watch (HRW). Más de 1.200, de acuerdo con los datos de la Coordinación de las Asociaciones de la Sociedad Civil de Kivu Norte.

El gobierno de la República Democrática del Congo considera que estas masacres llevan una firma: la de un poco conocido grupo terrorista, los ADF (Allied Democratic Forces, Fuerzas Democráticas Aliadas), fundado por musulmanes ugandeses. Sus numerosas víctimas han sido invisibles fuera de Congo, quizás porque a diferencia de Boko Haram o del Estado Islámico, los ADF guardan silencio: no graban vídeos ni tienen presencia en las redes sociales. Tampoco reivindican unos crímenes que durante estos últimos 20 años han tenido poco que envidiar a los de Boko Haram. Su saña recuerda además a la de la organización nigeriana: también los ADF secuestran y esclavizan a niñas; también decapitan y queman vivas a sus víctimas.

El grupo nació en 1995 para derrocar al presidente ugandés Yoweri Museveni desde el refugio que ofrecen las montañas Ruwenzori, en la frontera entre Uganda y Congo, no muy lejos de Beni. Su líder hasta su arresto en Tanzania en el 2015 fue un imán llamado Jamil Mukulu. Nacido como David Steven, Mukulu es un converso. Se sabe poco de su evolución desde un catolicismo crítico con el islam a su radicalización en el seno del Tabligh, un movimiento que se presenta como “apolítico”.

Mukulu no lo era, y muy pronto su grupo derivó hacia una violencia ciega. En junio de 1998, los ADF secuestraron a 60 jóvenes del instituto Kichwamba en Kabarole (Uganda). Como en el caso del secuestro de las niñas de Chibok, en Nigeria, sólo unos pocos lograron escapar. Antes de llevarse a los chicos, los ADF prendieron fuego a varios dormitorios de la institución en los que habían encerrado a entre 50 y 80 estudiantes.

ARCADIA ISLAMISTA

El gobierno ugandés pronto vio la posibilidad de utilizar a esta organización para acogerse al estatuto de víctima de la “internacional yihadista” y afirmar que los ADF tenían vínculos con Boko Haram, Al Shabab y Al Qaeda. En los últimos meses, a raíz de las matanzas de Beni, también el gobierno congoleño ha empezado a hablar de “yihadismo”.

Unas afirmaciones que no se apoyan en prueba alguna, según el informe de 2015 del Grupo de Expertos de Naciones Unidas para Congo. De hecho, aunque los ADF siguen un estricto código islamista de conducta interna, sus ataques no parecen obedecer a un deseo de imponer el islam. “Entre las víctimas hay muchos musulmanes”, puntualiza Bary Negura, representante de la Coordinación de la Sociedad Civil de Kivu Norte, que destaca que “los motivos de estas masacres no son religiosos”. En realidad, según Daniel Fahey, excoordinador del Grupo de Expertos, los ADF, pese a su barbarie, aspiran más a mantener una especie de “utopía islamista” en Congo que a imponer el islam a través del terror.

Tampoco está claro que sus miembros sean los únicos autores de las matanzas de Beni, aunque sí de la mayor parte. Tanto el Grupo de Expertos de Naciones Unidas como el Grupo de Estudios sobre Congo de la universidad de Nueva York sostienen que algunos de estos asesinatos han sido obra de otros grupos armados y de elementos del Ejército congoleño.

PROTOESTADO CON LAPIDACIONES Y CRUCIFIXIONES

Para alcanzar la Arcadia islamista a la que alude Fahey, los ADF habían creado una red de campamentos en los bosques cercanos a Beni en los que vivían 2.000 personas. Un protoestado con tres hospitales, bancos, escuelas donde también las niñas estudiaban y un sistema judicial en cuya cima estaba Mukulu. Sus leyes eran la sharia y los hudud, los castigos de la ley islámica. La lapidación era el destino de los adúlteros mientras que tratar de escapar conducía a la crucifixión: “Te colgaban como a Jesucristo. Si intentabas huir te degollaban o te descuartizaban”, explicó una joven de 18 años secuestrada por los ADF a HRW.

Como otros cautivos, esta adolescente fue liberada por militares congoleños. En los últimos dos años, el Ejército ha diezmado a los ADF sin conseguir acabar con ellos. En los bosques de Beni, los discípulos de Mukulu, hoy encarcelado en Uganda, siguen al acecho.