Violencia, desafección, indiferencia e incertidumbre. Esto es lo que le espera este sábado a Afganistán, país que celebra la primera de unas elecciones presidenciales en las que, se espera, no irá a votar casi nadie: los más optimistas dicen que unos tres millones de personas sobre una población total de 38 millones. Los menos, que 1,5 millones lo hará.

Los motivos son muchos, pero hay uno que sobresale por encima de todos: la guerra. Podría no haber sido así. Hace unas semanas, Donald Trump rompió las conversaciones de paz con los talibanes, una facción rebelde e islamista radical en lucha contra el Gobierno afgano y EEUU desde la invasión estadounidense en el 2001. Desde entonces, la violencia, en Afganistán, se ha disparado; a pesar de que durante las negociaciones los atentados contra civiles y ofensivas militares -muchas con civiles muertos como resultado- ya se habían incrementado: de media, en los últimos meses, han muerto 70 civiles. No al mes. 70 personas cada día.

"Para el Gobierno y los candidatos a la presidencia, estas elecciones se basan en la búsqueda de la legitimidad -explica Thomas Ruttig, analista de la Red de Analistas de Afganistán-. Necesitarían una victoria clara y una gran participación para conseguirla. Y esto es un problema, porque las amenazas de seguridad son muy grandes y, además, la población está muy decepcionada con el Gobierno y las instituciones, que no han hecho nada de lo que prometieron en las anteriores elecciones, en el 2014. La participación será de las más bajas de la historia".

DESCONTROL Y FRAUDE

Otro de los motivos es bastante obvio: el Estado afgano controla, únicamente, algo más de la mitad del país. La otra mitad, o está bajo control total de los talibanes o está en disputa. En estos últimos territorios no habrá urnas: de los 7.000 centros electorales establecidos por la comisión electoral, una tercera parte no abrirá este sábado. El Gobierno no ha dicho cuáles.

La gente que vive en regiones controladas por los insurgentes solo podrá votar si se desplaza a las controladas por Kabul, y eso conlleva riesgo: los talibanes han dicho que atacarán sin piedad, y que cualquier persona que participe en el proceso electoral será objetivo de sus atentados.

Ha pasado ya: los talibanes, en comicios anteriores, han cortado dedos de gente que tenía marcas de tinta en las manos, símbolo de que habían votado -como en muchos otros países, en Afganistán, para evitar que una persona vote dos veces, se le pinta el dedo con tinta imborrable-.

"Desafortunadamente, todas las elecciones anteriores en Afganistán han estado marcadas por el fraude masivo. En las últimas algo fue escandaloso. La pregunta del millón, ahora, es si estas también lo serán. Estaría bien que lo fuesen, porque así se evitarían conflictos internos entre las distintas etnias y grupos favorables al Gobierno. Pero viendo la organización de los comicios, no tengo muchas esperanzas", dice Matthew Hoh, analista, exmarine y extrabajador del Departamento de Estado de EEUU que abandonó su empleo en el 2009 en protesta por la decisión de Barack Obama de escalar la guerra en Afganistán.

A LA ESPERA

Los colegios electorales cerrarán a las tres del mediodía de este sábado y, a partir de aquí, tocará esperar: los resultados preliminares no se darán a conocer hasta el 19 de octubre. Si ningún candidato obtiene la mayoría absoluta, la segunda vuelta será el 23 de noviembre. "Lo que será un problema, porque parece que ningún candidato la conseguirá, y tener elecciones en noviembre significará celebrarlas en invierno, lo que llevará a una menor participación aún", vaticina Ruttig.

Entre los 15 candidatos -hay comunistas, antiguos talibanes y varios señores de la guerra- los dos favoritos son el actual presidente afgano, Ashraf Ghani, y su número dos, Abdullah Abdullah. Los dos políticos -que también, por supuesto, tienen a varios señores de la guerra en sus listas- ya se enfrentaron en las anteriores elecciones presidenciales del 2014. Entonces, EEUU les obligaron a entenderse. Ahora prometen no repetirlo, aunque muchos lo dudan.