Los vendedores de gel y mascarillas no son los únicos que hacen negocio con la irrupción del coronavirus en Europa. Mientras gobiernos y científicos estudian cómo atajar la epidemia, la extrema derecha del continente rebusca en la histeria social que ha generado una oportunidad para derribar el espacio de libre circulación Schengen y relanzar su agenda política de fronteras.

En 2016, uno de los bulos más difundidos en Internet sobre la llegada de refugiados era que consigo traerían enfermedades a Europa. Ahora, la carta racista reflota y los líderes de la ola reaccionaria buscan sacar rédito político de un patógeno, el prejuicio, que se propaga más veloz y menos visible que el coronavirus.

"Las personas migrantes, de distintas razas y religiones, siempre han sido acusadas de propagar gérmenes", apunta Miquel Ramos, periodista experto en movimientos neofascistas. "La gasolina de la extrema derecha es externalizar los males de la sociedad". Conscientes de las oportunidades que les brinda el caos, ahora empiezan a trazar su estrategia para instrumentalizar la salud pública de la misma manera que han hecho con la seguridad.

ALINEACIÓN REACCIONARIA

En Italia, un Matteo Salvini en campaña permanente ha llamado al cierre de fronteras, pidiendo la dimisión del gobierno que este pasado verano le relegó a la oposición en un gesto sorpresivo. El jefe de La Liga ha ido más allá al señalar que la irrupción del virus es culpa de "la entrada en inmigrantes de África". En el continente madre solo se han detectado tres casos: Egipto, Algeria y Nigeria. En un nuevo arrebato nacionalista, además, ha apelado a sus seguidores a comprar solo productos italianos. Su hombre fuerte en el norte y presidente de Lombardía, Attilio Fontana, se ha impuesto una "auto-cuarentena" a pesar de no estar contagiado, espectacularizando su imagen con mascarilla. Hace dos años aseguró que la inmigración amenaza la "raza blanca".

En su único año como ministro del Interior, Salvini impulsó una polémica política de puertos cerrados. En ese período de tiempo murieron al menos 1.151 personas intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa, según Médicos Sin Fronteras y SOS Mediterranée, y más de 10.000 fueron expulsadas forzosamente a Libia, país convertido en un violento polvorín.

En Francia, Marine Le Pen, la otra gran cabeza de la hidra reaccionaria, ha utilizado el pánico generado por el coronavirus para cargar contra sus dos principales enemigos: los inmigrantes y la Unión Europea. Cuando solo había un caso detectado en Lyon, la hija del filonazi Jean-Marie Le Pen pidió suspender los vuelos a China y controlar las fronteras.

DOMINÓ ULTRA

Aunque ningún país ha optado aún por un cierre total de fronteras, los líderes de la UE temen que la psicosis mediática genere un efecto dominó que debilite un espacio de libre circulación ya herido por los controles impuestos desde hace cuatro años por Alemania, Francia, Suecia, Dinamarca, Austria y Noruega. "Desde el punto de vista científico, cerrar las fronteras y aislar un país no tiene ninguna utilidad, no se basa en ninguna evidencia", explica Antoni Trilla, jefe del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínico. Más allá de Schengen, lo que ya es una realidad es que en Francia, Italia y los Países Bajos se ha reportado un incremento de las agresiones racistas contra la comunidad asiática.

En otros países de Europa, el impacto del coronavirus es inferior, algo que no ha evitado que el populismo autoritario lo utilice para atizar las conspiraciones. En Alemania, AfD pide el cierre de fronteras y endurecer los controles a la inmigración ante el "miedo europeo a la infección". El Gobierno de Angela Merkel anunció ayer que pedirá a los 'länder' realizar pruebas médicas a los solicitantes de asilo.

En Austria, el gobierno de Sebastian Kurz ha reforzado los controles en la frontera italiana mientras que, con la llegada del virus al país, sus exsocios del FPÖ (antes encabezados por un neonazi) han pedido poner en cuarentena a todos los inmigrantes indocumentados y solicitantes de asilo.

En Grecia, el gobierno de la nacionalista Nueva Democracia ha utilizado los casos de coronavirus detectados para militarizar aún más las fronteras y para relanzar su plan de construir campos de detención para los migrantes.

Incluso en Suiza, que participa en Schengen a pesar de no formar parte de la UE, el ultraconservador Partido Popular Suizo presiona al Gobierno para que deniegue la entrada a los que aspiran a ser aceptados en el país.

En España, esa estrategia empieza a asomar la cabeza. Mientras que la dirección de Vox ha pedido controles a los extranjeros que vengan de China e Italia, perfiles de menor talla como Fernando Martínez Vidal, concejal del Ayuntamiento de Madrid, se han encargado de señalar a los turistas chinos de ser los "transmisores de la enfermedad". "Si aún no han explotado el caso es porque no saben cómo sacarle rédito político", señala Ramos.

Con el incendio como modelo de negocio, la extrema derecha europea y el sensacionalismo mediático se retroalimentan para colar en el 'mainstream' ideas sobre el coronavirus que dibujan un estado de amenaza constante, la explotación del miedo a lo diferente y la obsesión por los culpables externos. Tres características que amagan con ir ganando peso; tres de los síntomas con los que Umberto Eco identificó una pandemia mucha más extendida: el neofascismo.