Lo que empezó como una ácida broma ha derivado en una grave polémica en Alemania. La cancillera Angela Merkel y su Ejecutivo han aceptado que se tramite la querella presentada por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan contra el humorista Jan Böhmermann. La decisión de Berlín, muy esperada desde que el caso estallara hace casi un mes, ha encendido los ánimos de parte de los alemanes, que ven en la autorización del Ejecutivo una claudicación ante el líder turco.

Intentando evitar las críticas, Merkel ha remarcado que su decisión ni culpa ni absuelve a Böhmermann sino que se entiende como un gesto para reafirmar la independencia del poder judicial. Aún así, los medios y la opinión pública no ha tardado en criticar a su líder y apuntar a que la concesión se debe a que Turquía es el principal aliado de la Unión Europea en la gestión de la crisis de losrefugiados. “En una democracia analizar la relación entre los derechos personales y la libertad de opinión no es un asunto de los gobiernos, sino de los tribunales”, ha reiterado. En otro gesto para relajar los ánimos y mostrar su compromiso con la libertad de expresión, la cancillera ha mostrado su “preocupación” por la detención de periodistas en Turquía.

Merkel y el Ejecutivo de Berlín han adoptado esta posición amparándose en el párrafo número 103 del código legal alemán, que recoge como un crimen los insultos contra órganos o representantes políticos de otros países. Esa misma ley requiere la voluntad del ofendido y la autorización del Gobierno para que la querella siga adelante. A pesar de su aprobación, Merkel ha asegurado que ese capítulo es innecesario y que trabajará hasta el final de su legislatura para que sea suprimido.

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

La decisión, envuelta de una fuerte polémica en todo el país, ponía a Merkel entre la espada y la pared. Cualquier decisión tomada por la cancillera y su Gabinete podía ser duramente criticada. Aceptar la tramitación de la querella contra Böhmermann que pedía Erdogan, como ha sucedido, da pie a que se culpe al Ejecutivo de Berlín por claudicar ante las reclamaciones del autócrata turco, poco amigo de la libertad de expresión.

Por otro lado, denegar la denuncia también podía ser visto como una intercesión política de Merkel en la justicia alemana, lo que podía poner en duda su independencia. De momento, la decisión ya ha dejado discrepancias entre los ministerios de Justicia, Interior, Exteriores y de la cancillería, como ella mismo ha confirmado, y la negativa de los miembros socialdemócratas de su coalición.

DEBATE PÚBLICO

La decisión del Gobierno es un capítulo más en una polémica que ha centrado la atención mediática del país en el último mes y que ha vuelto a llevar los límites de la libertad de expresiónal primer plano del debate público.

La controversia empezó cuando el cómico cantó una canción irónica contra Erdogan en el segundo canal de la televisión pública alemana, la ZDF. El presidente turco llamó al embajador alemán en Turquía para criticar la emisión de la mofa. Ante eso, Böhmermann fue un paso más allá y criticó al líder turco en directo por “reprimir a las minorías, patear a los kurdos y abofetear a los cristianos”. Pero si algo molestó a Erdogan probablemente fue cuando le acusó de ser un maltratador de mujeres, un pedófilo e incluso de ser un “follacabras”. La justicia tendrá la última palabra sobre este caso.