Cuando el jueves pasado Donald Trump lanzó en un tuit la idea de retrasar las elecciones un amplio espectro de voces, incluyendo las de líderes del Partido Republicano que en cuatro años rara vez le han llevado la contraria, recordó al presidente de Estados Unidos que no tiene autoridad para hacerlo. En medio de una crisis de coronavirus rampante, con el debate sobre la justicia racial reavivado y en caída libre en las encuestas frente a Joe Biden, el mensaje de Trump se interpretó también como un esfuerzo de distracción de los pésimos datos económicos presentados ese día. En cualquier caso, representaba una escalada en su inédita campaña por minar la confianza en la legitimidad de los comicios, un esfuerzo que viene de lejos y está intensificado, disparando cada día más la alerta en el país.

Esa alarma hace tiempo que la hacen sonar demócratas, constitucionalistas, historiadores, estrategas, ciudadanos y medios. Recientemente en 'Politico' se podía leer a Ben Adida, experto en tecnología de voto, explicando que "el ataque más fácil a nuestra democracia hoy no es la corrupción de las elecciones, es hacer creer a la gente que algo no funcionó. Es el miedo, la guerra de la información, reducir la confianza en el resultado de las elecciones".

APOYADO EN LOS REPUBLICANOS

Ese minado Trump lo hace directa e indirectamente, con más de 90 mensajes cuestionando la integridad del proceso en lo que va de año según un recuento de Factbase. La diana que más golpea es la del voto por correo, que los demócratas intentan ampliar y facilitar por los riesgos para la salud de votar en persona durante una pandemia, aun cuando representa serios retos de organización y recuento que han quedado demostrados ya en muchas caóticas primarias este año. Frente a ellos, muchos republicanos tratan de contenerlo. Y la batalla se libra en el Congreso y en los tribunales.

En un sistema donde los estados organizan las elecciones, Trump se apoya en el control republicano de 30 gobiernos y legislaturas estatales para tratar de limitar ese voto. Está contando además con recortes en el servicio postal que ha puesto en marcha el hombre que él puso a cargo, un gran donante de su campaña. Y cuando azuza fantasmas desacreditados de fraude lo que hace es abonar el terreno para acabar impugnando los resultados.

CONSPIRACIONES Y ARMAS

Es un movimiento que asusta especialmente dada la intensa polarización cultural y política del país. Con mensajes como el de este viernes, cuando tras la polémica por el tuit dijo que solo quiere aceptar los votos del día de las elecciones e insistió en que “este va a ser el mayor desastre electoral de la historia”, vaticinando una vez más que los resultados serán ”amañados”, no solo permite anticipar recuentos, batallas judiciales y protestas que potencialmente dejarán pequeño el caos que se vivió en el 2000, sino que se teme que esté empoderando a millones en sus bases para no aceptar el dictado de las urnas.

Dado que lleva tiempo alimentando acusaciones de un “estado profundo” supuestamente conjurado en su contra y dando alas a teorías de la conspiración, o con precedentes como que durante las protestas contra los confinamientos en estados demócratas llamara a “liberar” esos estados, en algunos casos incluyendo referencias a la segunda enmienda (la del derecho a las armas), los miedos tienen su lógica.

Lo escribía esta semana Susan Glaser en 'The New Yorker'. “Es el discurso de un aspirante a dictador. Es peligroso incluso si no va vinculado a ninguna acción. Y quienes creen que no habrá acciones posteriores no han estado prestando atención”, decía, recordando que en los últimos cuatro años “lo impensable ha pasado y ha sido justificado, racionalizado y explicado”.