Cuando a la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez su colega republicano Ted Yoho le insultó este lunes en las escaleras del Capitolio llamándole "asquerosa", "loca", "desquiciada" y "peligrosa" a la cara y "puta zorra" por la espalda, la reacción inicial de la neoyorquina fue no contestar. Se limitó, con el uso ágil y afilado de las redes sociales al que ha acostumbrado desde que hace menos de dos años llegó como un huracán progresista al Congreso de Estados Unidos, a reconvertir en reivindicación los insultos. Las zorras conseguimos resultados, escribió en uno de sus tuits.

Quizá todo hubiera quedado ahí, en un airado choque entre un representante del Tea Party de Florida de 65 años y fiel aliado de Donald Trump y una joven política de 30 años que ha sido antagónica al presidente y que ha dicho que para entender el aumento de violencia con armas de fuego en ciudades estadounidenses que el mandatario atribuye al desgobierno de la "izquierda radical" hay que considerar factores como la pobreza o el paro, el argumento que indignó a Yoho.

No quedó ahí, sin embargo. El miércoles Yoho ofreció en el Congreso una disculpa que no fue tal, negando haber proferido insultos (aunque los escuchó al menos un periodista) y escudándose en su pasión y en su amor a Dios, familia y país para negarse a pedir perdón. Y Ocasio-Cortez no solo volvió a las redes para denunciar la disculpa que no fue, en la que Yoho ni siquiera la citó por nombre.

Decidió dar una réplica en el mismo escenario, un discurso que ya se ha ganado espacio en los anales, no solo como testamento de una categoría política que ya ha demostrado antes en su escaño, sino como una lección de decencia y un alegato contra la impunidad, el silencio y la permisividad ante el problema cultural del acoso.

UN PATRÓN

Ocasio-Cortez empezó recordando que el lenguaje insultante no es nuevo para ella, que lo sufrió cuando trabajaba de camarera o iba en el metro o por las calles de Nueva York y también lo ha enfrentado desde que llegó al Congreso. Fue escalando con ejemplos (incluyendo el intento de desentenderse de lo ocurrido de otro congresista republicano que estaba presente) para denunciar la impunidad, la aceptación de la violencia y el lenguaje violento contra las mujeres y a la estructura de poder que respalda ese problema. Y llegó hasta Trump para poner sobre el tapete un patrón en el que se hilan no solo determinadas actitudes hacia las mujeres sino también lenguaje que deshumaniza a los otros.

AOC explicó también por qué la intervención de Yoho le hizo dar un paso que no había pensado dar. Y habló de que no podía pensar en que sus sobrinas, niñas de su distrito o víctimas de abuso verbal y peor vieran al Congreso aceptar excusas como legítimas, silencio como forma de aceptación.

LA DECENCIA

Su más demoledora intervención llegó al desarticular los intentos de Yoho de retratarse como un hombre de familia, casado durante 45 años y con dos hijas, como justificación. Yo soy hija de alguien también, declaró Ocasio-Cortez, que denunció usar mujeres, esposas e hijas como escudos y excusas para un pobre comportamiento.

El daño que el señor Yoho me intentó hacer no fue solo un incidente dirigido a mí. Cuando haces eso a cualquier mujer lo que estás haciendo dar permiso a otros para usar ese lenguaje contra tu esposa, tus hijas, mujeres en tus comunidades. Eso no es aceptable, dijo. Tener una hija no hace a un hombre decente. Tener una esposa no hace a un hombre decente. Tratar a la gente con dignidad y respeto hace a un hombre decente. Y cuando un hombre decente se equivoca, como hacemos todos, intenta lo mejor que puede disculparse. No para guardar las apariencias, no para ganar un voto, se disculpa genuinamente para reconocer y reparar el daño hecho y que todos podamos avanzar.

La congresista incluso agradeció a Yoho que hubiera permitido demostrar que puedes ser un hombre poderoso y acosar a las mujeres, tener hijas o esposa y acosar sin remordimiento, con un sentido de impunidad. Y recordó que pasa cada día en este país, señalando al Despacho Oval..

A Ocasio-Cortez no le hicieron falta ni diez minutos. Si miró a sus notas fue de refilón como mucho en un par de ocasiones. No elevó ni una vez la voz o el tono, pero lo que tenía que decir se ha oído, alto y claro.