Hace apenas una semana, Donald Trump compareció en una conferencia para sindicatos de la construcción en Washington y repitió el que fue uno de los mantras de su campaña. “No soy ni quiero ser el presidente del mundo. Soy el presidente de Estados Unidos y a partir de ahora será América, primero”. Solo tres días más tarde, la marina estadounidense atacó por primera vez al régimen de Asad en Siria por usar presuntamente armas químicas contra su población. Otros tres días después, el portaviones Carl Vinson, escoltado por varias fragatas de guerra, partió hacia la península de Corea para enviar una advertencia a Kim Jong-un, el dictador norcoreano. Casi al mismo tiempo se supo que la Administración Trump ha lanzado en menos de tres meses más bombas en Yemen que Barack Obama en cualquier año de su presidencia.

Todas esas señales apuntan a una profunda disonancia entre las promesas de campaña de Trump y sus acciones como presidente. El mismo dirigente que renunció a ser el policía del mundo y se comprometió a priorizar la política doméstica parece haber descubierto el poder sugestivo de la diplomacia de las bombas. Con su agenda interna atascada tras el fiasco de su reforma sanitaria, Trump ha descubierto que las demostraciones de fuerza en el exterior le han reportado un aplauso generalizado, incluso de esos medios de comunicación que han criticado cada uno de sus pasos. Para alguien con un ego tan desmesurado, siempre obsesionado con las encuestas y el reconocimiento a su persona, puede ser una tentación peligrosa.

La impresión en Washington es que Trump está improvisando sobre la marcha. “No hay una doctrina Trump”, le ha dicho a 'Politico' el director de comunicaciones de la Casa Blanca, Mike Dubke. “A la gente le inquieta porque durante la campaña parecía estar bastante claro lo que quería hacer”. Eso explicaría las declaraciones contradictorias de sus lugartenientes sobre elfuturo de Asad en Siria, el grado de beligerancia frente a Rusia o las prioridades de la política exterior. A menudo da la sensación de que la embajadora ante la ONU, Nikki Haley, el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el consejero de seguridad nacional, H.R. McMaster, actúan como agentes libres, cada uno de ellos tratando de imponer sus ideas en política exterior.

Durante su reciente visita a Italia para honrar a las víctimas de los nazis y reunirse con los ministros del G7, Tillerson llegó a decir que “pediremos responsabilidades a todos aquellos que cometen crímenes contra inocentes en cualquier parte del mundo”. Eso equivale a abrazar el intervencionismo humanitario, como el que invocó Obama para actuar en Libia, y a ejercer de gendarme planetario, todo lo contrario a lo que prometió en su día Trump.

INTERESES NACIONALES

Pero de esa nube de confusión, se pueden extraer algunas conclusiones. Por un lado, parece claro que la visión de los halcones en Washington se está imponiendo y que habrían convencido a Trump de que los intereses nacionales de EE UU son ubicuos y planetarios. Su Administración ha dado mayor flexibilidad a los comandantes del Pentágono para aprobar operaciones militares contra los yihadistas en Somalia, Yemen o Irak, donde han aumentado los bombardeos. Haley ha asegurado que se barajan nuevas sanciones contra Rusia e Irán por su apoyo al régimen de Asad. En febrero se puso "sobre aviso" a Teherán por su ensayo con misiles balísticos.

Por otro lado, como hizo Kissinger en su día, la Administración parece haberse acercado a China al tiempo que se alejaba de Moscú, una triangulación políticamente conveniente ante las sospechas de connivencia con el Kremlin que persiguen a varios miembros del entorno de Trump. El cambio es significativo porque durante la campaña, el candidato demonizó a Beijing y propuso toda clase de represalias a sus supuestos abusos comerciales. El martes Trump habló por teléfono con Xi Jinping, tras recibirlo en Florida el mismo día del ataque sobre Siria, y le ofreció un mejor acuerdo comercial si le ayuda a resolver el contencioso con Corea del Norte. “Si China decide ayudar, será estupendo. Si no, resolveremos el problema sin ellos”, tuiteó el líder estadounidense.

Incapaz de conjugar dos frases subordinadas, Trump no ha enunciado un cambio substancial de política, más allá de su disposición a frenar el uso de armas químicas. “No nos meteremos en Siria”, ha dicho en una entrevista a Fox Business. “Nuestra política es la misma, no ha cambiado”. Lo cierto, sin embargo, es que el clima de las relaciones internacionales está cambiando. Washington vuelve a proyectar su poder de forma asertiva en un mundo caótico y la tensión con Rusia, Irán y Corea del Norte se ha disparado.