Hasta el beso de autos, el pico más icónico que se habían dado dos hombres había sido el saludo de paz de los jefes de Estado de la RDA y la URSS, Erich Honecker y Leonidas Breznev, cuando en 1979 el primero renovó sus votos comunistas y el segundo se comprometió a enviar al Ejército en caso de revuelta popular. Aquel «beso fraternal» que incluía el saludo protocolario entre dos líderes socialistas ha llegado hasta hoy convertido en imaginería pop -«Dios, ayúdame a sobrevivir a este amor letal», se lee bajo la versión grafiti que resiste en los restos del Muro de Berlín- y en la referencia más citada entre los analistas de la investidura que han buscado geneaología política al pico que Pablo Iglesias le plantó a Xavier Domènech cuando este bajó el miércoles del estrado.

Las lecturas más gástricas del gesto -bastante común, por lo demás, en amplios sectores alejados del poder y la política institucional- lo han llegado a calificar de «instantánea escandalosa para asaltar la prensa mediante el terrorismo cultural». Otros lo han convertido en la prueba de cargo del masonismo que late en la nueva izquierda (para profundizar en el tema, miren la redes sociales). E incluso Alfonso Ussia, que por tanto intentar ser Quevedo cualquiera diría que se ha quedado a vivir en el Siglo de Oro, ha dicho que el «morreo populista» de Iglesias es «un acto de valentía, ahí, a la vista de todos y muy especialmente de su compañera de hecho actual y de su pareja anterior».

Más allá del folclore machista, ¿por qué a estas alturas un beso entre dos señorías aparece en todos los diarios españoles, dispara las bromas y los venenos en las redes, y recorre la prensa italiana, portuguesa y latinoamericana? (cabe decir que franceses, alemanes y británicos, a excepción de la BBC, han pasado del asunto, síntoma quizá de estar menos obsesionados con la sacrosanta virilidad). ¿Qué tiene, por ejemplo, de distinto al que también se dieron tras las elecciones catalanas David Fernàndez y Antonio Baños, quien en Els Matins de TV-3 ha dicho, con bastante sorna, que se trataba de una «copia» y vindicó su «autoría»?

Reventar la liturgia

Para Toni Aira, periodista y analista político, el hecho diferencial es el «plató»: «El de Baños y Fernàndez fue en una celebración tras el 27-S. El de Iglesias y Domènech tuvo lugar en el centro del huracán, la investidura, y en un lugar, el Congreso, donde, como máximo, se pica en la mesa y se intercambian palabras afiladas. Un beso entre dos hombres no escandaliza a casi nadie, pero en el Parlamento, un lugar tan tradicional, tan estático, supone una novedad y de ahí, sumado a la atención que genera Iglesias, la repercusión y el morbo».

Escenificado al milímetro o no (los protagonistas aseguran que fue espontáneo), Aira considera que Iglesias sí es muy consciente de las imágenes que genera. «Ante el cansancio de la política tal como la hemos entendido siempre, formaciones como Podemos buscan romper con el statu quo, reventar la liturgia, la solemnidad, con el discurso y las imágenes». En este sentido, es cierto que su pico dejó con cara de nada a los populares Luis de Guindos, Alfonso Alonso e Isabel García Tejerina, pero también que sus parlamentos se convirtieron en un cañonazo post-15 M al conjugar «Felipe González» y «cal viva»; llamar «naranja mecánica» a Ciudadanos, y remover las cenizas de Puig Antich y la matanza de Vitoria, la mayor de una transición que ahora está en cuestión. «El desafío es buscar el equilibrio entre las formas y los hechos

-apunta Aira-. Si se quedan como máquinas expendedoras de photos opportunities y eslóganes, si la gente no percibe que sirven para transformar las cosas, empezarán a tener serios problemas. La política desde el cabreo solo funciona a corto plazo. Después también tiene que ser útil».

Más allá del factor shock, el consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí considera que el pico más descifrado de la historia parlamentaria local

-además erigirse en «un icono de una forma de entender la política, por el momento, el lugar y la posición (frente a la bancada del Gobierno en funciones)»- también es consecuencia de la llegada al Congreso de personas procedentes de los movimientos sociales. «En estos entornos de lucha y luchas, el afecto es un elemento cohesionador y, el beso entre personas del mismo sexo, una señal de reivindicación y afirmación. Es, también, el símbolo de la conexión de 'todas las luchas': desde la de la libertad individual hasta el combate contra todo tipo de discriminación y exclusión».

Y aquí entramos de lleno del brazo de Gutiérrez-Rubí en las llamadas nuevas masculinidades, corriente que combate el machismo y trabaja por la igualdad revisando los privilegios y los costes que supone ser hombre. En este sentido, hay consenso en que el beso entre señores toca a menudo hueso porque, para la masculinidad tradicional -con la que cada hombre se relaciona o se pelea en mayor o menor medida-, uno de los grandes anatemas es que se cuestione la virilidad. Incluso hoy día, a pesar del creciente aperturismo sexual, los insultos que vuelan por los pasillos de los colegios, explica el sociólogo Lucas Platero, son «puta y -¿lo adivinan?- maricón». «El debate sobre la nueva masculinidad liberada de clichés es el mismo

-y más agudizado- que el que envuelve los prejuicios y los juicios sobre cómo se espera que se comporten las mujeres: es decir, siguiendo el patrón dominante -añade Gutiérrez-Rubí-. Romper estos arquetipos es también lucha política. Y hacerlo en la sede de la soberanía popular es un gesto de alto rendimiento, sí, pero también de enorme pedagogía política».

Debate en la izquierda

Más allá del rendimiento y la pedagogía, el escritor y ensayista Eloy Fernández Porta, que ha impartido seminarios sobre masculinidades emergentes en el CCCB y la Universidad de Zaragoza, considera que el beso de Iglesias y Domènech también es un signo del debate que sobre este asunto se vive en la izquierda. «A menudo creemos que los códigos de masculinidad son más laxos en ambientes progresistas y no siempre es así. En los años 70, por ejemplo, Serrat visitó Chile y el escritor y artista plástico trans Pedro Lemebel lo besó y se armó gorda -afirma-. La izquierda dominada por una masculinidad ruda, viril y heteropatriarcal lo consideró una degeneración aristocrática. Y aquí también hay una tradición de virilidad marmórea, corporeizada, sexista y homófoba».

Para Fernández Porta, el pico entre el líder de Podemos y de En Comú Podem, además de renovar los códigos de género, también lo hace en las «relaciones nacionales» y territoriales. Al fin y al cabo, el beso entre dos hombres, apunta, ya se ha convertido en «un icono contemporáneo» en el arte y la cultura pop como símbolo de «entendimiento»: el artista Antonio de Felipe, por ejemplo, tiene un cuadro titulado El beso en el que dos futbolistas -¿no les recuerdan a Luis Figo y Luis Enrique?- se entregan apasionadamente a un amor prohibido, al menos en el campo. «Pablo Iglesias construye de forma autoconsciente su imagen pública, va añadiendo códigos nuevos a su figura y ha decidido hacer visible este cambio social», añade el escritor.

¿Pero llegan realmente estos mensajes a la calle, a las casas, a las aulas? El sociólogo Oriol Ríos, miembro de Homes en Diàleg, explica que las investigaciones apuntan a que visibilizar distintos referentes en la escuela es positivo para la convivencia y la coeducación. «Sin embargo, el tema central pasa por los chicos que se eligen para tener una relación o una amistad. Si estos, al margen de su orientación sexual, tienen valores igualitarios, son seguros y resultan atractivos, se convierten en motores para transformar la homofobia y el sexismo en las escuelas -afirma-. Entiendo que, más allá del pico entre dos hombres, la clave es la prevención de la violencia en todas partes. Un señor que besa en la boca también puede ser maltratador. Es un símbolo, sí, pero lo importante es seguir potenciando las masculinidades alternativas que ya existen y que realmente están siendo valientes desde hace mucho tiempo en las universidades, el trabajo y los colegios».