La marimba es el instrumento nacional de Nicaragua, y el barrio indígena de Monimbó, en la diminuta ciudad de Masaya, a 31 kilómetros de Managua, una cuna de virtuosos y custodios de su tradición folclórica. La música y la lucha política se entremezclan desde sus orígenes. Cuando a mediados del siglo XIX el norteamericano William Walker intentó conquistar ese pequeño país, se encontró con la empecinada resistencia de una Monimbó que, con el paso del tiempo, fue urbanizada. Sus calles, que se transformaron en un bastión de la lucha contra el dictador Anastasio Somoza, son, a estas alturas, uno de los focos más intensos de la protesta contra Daniel Ortega y Rosario Murillo. En vísperas de de los festejos oficiales por el 39 aniversario de la Revolución Sandinista, que se conmemora este jueves, murieron ahí otras cuatro personas, entre ellas una adolescente, una mujer arrancada de su casa y un policía. Desde que estalló la crisis con el rechazo a una reforma del sistema de seguridad social, hace tres meses, fallecen en Nicaragua cuatro ciudadanos por día. Se han computado más de 2000 heridos.

Trece países, entre ellos Estados Unidos, impulsaban este miércoles en la Organización de Estados Americanos (OEA) una declaración de condena contra el Gobierno. El Ministerio de Exteriores nicaragüense acaba de rechazar «enérgicamente» un pronunciamiento de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Su portavoz, Rupert Colville, había denunciado que una ley aprobada para evitar el lavado de dinero y la financiación del terrorismo va a ser utilizada para «criminalizar» la protesta opositora.

El secretario de la presidencia de Nicaragua, Paul Oquist, asegura que no prosperará «el intento de llevar a cabo un golpe de Estado» y se estudiarán «caso por caso» los decesos para determinar las responsabilidades. La familia de Gerald Vázquez Lopez no tiene dudas de dónde partieron los disparos que cegaron su vida a los 23 años. Lo velaron con su guayabera de baile y un sombrero de palma, envuelto con una bandera nacional manchada de sangre. «Era un estudiante, no un delincuente», dijo su madre, Susana López.

La orden es «limpiar» las calles / Monimbó, por su historia, representa más que un desafío para los Ortega. «Los diabólicos no podrán nunca gobernar Nicaragua», aseguró Murillo. «La orden de nuestro presidente es ir limpiando las calles. Y esa petición de la población de Monimbó, que es nuestro Monimbó, y nuestra Masaya, vamos a cumplirla. ¡Al costo que sea!», dijo el comisionado mayor de la Policía, Ramón Avellán. La orden fue cumplida con el alto costo previsto. De acuerdo con la revista Confidencial, «los paramilitares y policías iban acompañados de palas mecánicas para tumbar las barricadas de adoquines». Utilizan drones para espiar e identificar a los pobladores. Disparan con fusiles AK, M16, PKM.

«Los monimboseños son invencibles. Si caen, muy pronto se vuelven a levantar», señaló el diario opositor La Prensa en su editorial. A diferencia de lo ocurrido en 1978 y 1979, cuando sus pobladores fueron entonces asistidos con las armas del Frente Sandinista de Liberación (FSLN), «en la actualidad ha sido una insurrección desarmada. Apenas se han podido defender con armas artesanales y piedras».

El sector del FSLN que sigue a Ortega insite en que antes de abril Nicaragua «era el país más pacífico de Centroamérica y es una pieza estratégica del tablero que intenta diseñar la Administración de Donald Trump».