Una ley de extranjería que debía de servir para procesar a un joven que mató a su novia embarazada desembocó en un año de fragorosas protestas en Hong Kong. Muchos en la excolonia intuyeron en esa ley una pasarela hacia el turbio sistema judicial chino para disidentes y elementos hostiles a Pekín y tomaron las calles. Cuando el Gobierno local accedió a paralizar su tramitación, varias manifestaciones después, ya era tarde: el movimiento había crecido y sumado más reclamaciones, había abandonado las admirables concentraciones pacíficas y abrazado la violencia. Hong Kong, que había apuntalado durante décadas su reputación de centro financiero fiable y tranquilo, ha vivido su época más turbulenta.

La factura que deja la lucha por blindarse de la influencia de Pekín y defender la fórmula un país, dos sistemas no es escasa: una sociedad fracturada, la economía devastada y la incertidumbre sobre el futuro por una inquietante ley de seguridad aprobada el mes pasado y la posible retirada de Washington de su estatus económico especial que haría de Hong Kong una ciudad de tercera.

Recuperar el control

La falta de diálogo desembocó en batallas campales cotidianas, el asalto del parlamento y la paralización del aeropuerto. El asedio policial a la Universidad Politécnica alcanzó las cotas más altas de violencia, con los estudiantes resistiendo durante días armados con catapultas, flechas y cócteles molotov.

La mejor noticia que deja el año es la ausencia del desastre que a menudo se rozó. No cabe lamentar el Tiananmén que muchos anunciaron porque Pekín no envió a un solo soldado a los peores disturbios en décadas. Las maniobras chinas de los últimos meses van encaminadas a recuperar el control e impedir que regrese el clima fragoroso. Ha defenestrado a los anteriores responsables de la Oficina de Relación de Hong Kong y enviado desde el continente a Lui Huining y Xia Baolong, ambos en la órbita del presidente Xi Jinping.

Persisten las dudas sobre el brío del movimiento tras la pausa obligada por las vacaciones de Año Nuevo y el virus. Quizá la ley de seguridad sea percibida como la derrota final o quizá llene otra vez las calles. Entre los activistas cunde el cansancio por un año de lucha con magros logros, el miedo por las consecuencias penales de la nueva norma y el desánimo tras comprobar que los apoyos internacionales no trascienden de fotos y emocionadas declaraciones. La marcha prevista la semana próxima para conmemorar el inicio de las movilizaciones servirá de termómetro.